Baviera, la otra Alemania
Cuando atravesamos las pequeñas montañas, donde moría Austria y nacía Alemania para nosotros, sobre la autopista el tráfico se ponía cada vez más pesado y no nos dejaba avanzar, por eso decidimos salirnos y seguir nuestro camino a través de una pequeña carretera que corría entre los pueblos, serpenteando entre pequeños bosques y valles ocupados por granjas y tierras de cultivo.
A pesar de ir atravesando todo aquello y que la carretera era mucho más pequeña, resultó ser mucho más rápido avanzar por ahí, pero sobre todo resultaba más atractivo y emocionante ir en esa ruta, donde abunda el agua en ríos y lagos. Descubrimos cosas preciosas a nuestro paso y me quedó claro que Baviera es la tierra más bella de Alemania.
Creo que la imagen de Baviera es la imagen que el mundo tiene de Alemania, con montañas, ríos y lagos en abundancia, aunque ahí no se hablé alemán en realidad y sea tan diferente al norte, en su geografía y en su gente. A pesar de que los demás alemanes vean con malos ojos a los bávaros y los sientan diferentes, de cualquier manera, para mí Baviera es el más bello Estado alemán y sin duda en uno de los más bellos de Europa.
Cuando llegué a este país me sorprendió ver una Alemania tan plana y hasta aburrida en su geografía, pero estaba en el norte, donde el aire corre frío y la gente se ha contagiado por el, yo creía que llegaría a un país todo como Bayern, con lindos paisajes y gente feliz. Afortunadamente ahora estoy aquí y me ha quedado clara la diferencia.
Schlierses y Miesbach son dos pequeños pueblos que ejemplifican mi pensar, son lindos y no hay más que hablar.
Seguimos adelante hasta que retomamos la autopista, pasamos por la 99 y después por la 9, hasta que llegamos a Regensburg, donde nos esperaban Andrea y su amiga Ursula, con ellas caminamos sobre el viejo puente de la ciudad, cruzando encima del Donau, el río más largo de Europa que nace en Alemania y termina en el mar negro, de frente a Asia, después de pasar por Austria, República Checa, Croacia, Serbia, Hungría y Rumania, por eso aquí lo llaman el rey de los ríos. Entonces ya estaba oscureciendo y nosotros caminamos sobre las calles del centro de la ciudad, recuerdo que se veían iglesias, conventos, claustros y capillas por todos lados; la religiosidad se encuentra en cada esquina de aquella antigua ciudad. Dicen que antes aquí se reunían los reyes una vez al año con el emperador, en el Reisen Tag-día de viaje- de ahí el nombre del Reichtag actual, donde se encuentran los poderes del país en Berlín. En un edificio se encontraban pintados David y Goliat, del tamaño de la pared, en una lucha eterna de la cual ya sabemos el final.
Tras una esquina la catedral pareció frente a nosotros, majestuosa aunque no es la más grande ni la más antigua o la más bonita de Alemania, aún así está llena de historia y belleza en sus columnas, que sin problema alguno puede competir con cualquier otra construcción del mundo. Caminamos por los alrededores, pequeñas callecitas atravesaban las manzanas y en ellas encontramos gran cantidad de comercios dedicados al arte y a las antigüedades, a la comida bávara y de otros países: italiana, griega, turca; nosotros traíamos hambre y entre callejuelas y placitas buscamos un lugar donde cenar. Después de ver cafés tranquilos y bares antiguos encontramos un restaurante que ofrecía platillos kurdos, cada quien ordenó el suyo, en el menú predominaban los platos con búlgaros y ensaladas. Yo ordené un cocido de cordero, rico pero cargado en especies, bueno al final.
Para entonces ya era tarde, nos dirigimos a Schwarzenfeld, donde pasaríamos la noche, mientras ellas platicaban cosas de mujeres en alemán, yo miré una película que con esfuerzos entendí: Der Grosses reise von Frau Schwanleg, en la cual me sorprendió que mencionaran a México al final, aunque me lo había imaginado pues los protagonistas querían escapar hacia el fin del mundo, a vivir una nueva vida completamente diferente ¿Que otro lugar mejor? México podría ser fácilmente la antitesis de Alemania.
A la mañana siguiente, después de desayunar café cargado y salchicha blanca al estilo bávaro, nos fuimos hacia Nabburg, una antigua ciudad medieval que aún tiene su muralla alrededor del casco de la ciudad. Estas ciudades tiene tanta historia que contar que es imposible descifrar todo en una simple visita, por eso sólo me dediqué a apreciar lo que veía pero ya no pregunté, ya creía saber tanto en ese momento que me resigné solo a ver.
Por la tarde antes de regresar a Magdeburg nos dirigimos hacia Katzmüll, una bella villa donde me habían contado se reúnen muchos artistas a pintar en verano junto al río; entonces el lugar se llena de turistas, que van a comprar el arte que
ahí se congrega o a pasearse en kayak por el río o en bicicleta entre las montañas.
Recorrimos el pueblo curioseando y admirando sus detalles y cuando creía sentirme satisfecho vino lo mejor, subimos a la cresta del cerro que resguarda el valle, justo sobre el pueblo, con una vista impresionante desde las ruinas de un castillo que, según supe después, fue escenario de una cruenta batalla entre las huestes de Napoleón y los defensores de estas tierras hace ya muchos años.
El resultado de aquel combate se puede adivinar al ver los restos del casco, de las paredes y de la torre que se aferra a no caer. Vestigios de una guerra perdida.
Todo lo que tardaron en construirlo, todos los que vivieron en el y lo importante que pudo haber sido ese castillo, todo eso es historia, hoy sólo quedan restos de una construcción sobre esa desolada montaña.
Esa misma noche regresamos a Magdeburg, lo hicimos en el Zug, el tren de segunda clase, ocho horas hizo en atravesar medio país. De Schwarzsenfeld a Leipzig, de Leipzig a Halle y de Halle a Magdeburg, llegamos a casa a media noche y muy, muy cansados.
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2 comentarios:
Que bonitos paisajes! Justo como los describe Hesse en muchos de sus cuentos, el personaje siempre anda en Baviera romancenado, rios, pueblitos, puentes, etc. Nice.
Baviera es el corazón de Alemania, aunque la mayoría de los alemanes les duela.
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