martes, febrero 20, 2007

La Ruta de los Sueños XXI

Noche de Fiesta


En punto de las ocho de la noche comenzó a sonar el timbre. Eran los invitados que comenzaron a llegar, puntualmente, uno tras de otro; a los pocos minutos el departamento ya lucía lleno, habían venido todos los que aparecían en la lista que hicimos previamente e, incluso, algunos más. Esa reunión se organizó por motivo del cumpleaños de mi novia y de mí llegada a Alemania. Se matarían dos pájaros de un tiro: bienvenida y cumpleaños a la vez. Yo estaba al borde de los nervios, no sabía bien que hacer: si dedicarme a atenderlos, por ser ellos los invitados, o sentarme a comer, por ser yo uno de los festejados. Por un lado, sentía que debía recibirlos pero, por otro, pensaba que todos sabían mejor que yo donde quedaba todo allí. Había sido tal mi confusión que a la hora del brindis descubrí que no tenía bebida ni copa, no creo que haya sido para tanto, pero me sentí un estúpido en ese momento. A fin de cuentas yo era el auslander, es decir, el extranjero, por lo que finalmente me senté a comer y dejé que los “invitados” me atendieran, parecía lo más indicado. Entonces, compartimos ensaladas verdes y blancas, acompañadas de deliciosos panecillos coronados con quesos de cualquier tipo que se pueda uno imaginar: pues los había frescos, duros o secos; blancos, amarillos o cafés; con nueces, con especies o cerveza; unos se llamaban viejos, otros añejados o de la montaña; sólo había algo en lo que todos coincidían: eran increíblemente buenos.
Probé entonces los deliciosos platillos que se habían preparado para celebrar la ocasión; recuerdo haber probado un pastel de cebolla, que estaba hecho con una receta francesa −según me dijeron− ¡Era una delicia! Una vecina nos trajo, además, una sopa de elote “mexicana”; yo nunca la había probado de esa manera pero estaba riquísima, también.
De pronto, alguien notó que aquello estaba muy apagado y sugirió que pusieran la música. Alguien corrió y trajo un disco que alguien había armado, en el había ritmos de reggae, rock melódico e incluso algunas de pop. La maravilla de los MP3 nos regaló varias horas de música ininterrumpida. El objetivo había sido ambientar la fiesta ¡y lo logró! Pronto todas las voces y las charlas iban y venían al compás de los ritmos que el estereo aportaba; los silencios de la música se complementaban con los altibajos de la plática lo cual hacia que los oídos se sintieran complacidos.
Ya ambientada la fiesta, con gente en el comedor, sala y hasta en los pasillos todo iba bien. Yo había anunciado que, para celebrar la ocasión, tenía tequila que yo mismo había traído desde México y a esa hora me lo empezaron a pedir, les dije que hasta las once se iba a abrir, así que había que seguir tomando vino o cerveza −según el caso− por un rato. Sin embargo, consideré que este si era un buen momento para traer los pequeños obsequios que había traído desde México. Así que comencé a esa hora y repartí, entre la familia de mi novia, sus amigos y nuestros roommates, las tazas de barro con un bonito acabado en esmalte verde que había traído, las ollitas llenas de dulce de tamarindo, unos dulces de muégano y otros de leche. Cómo esa era una sorpresa todos quedaron sorprendidos y fueron felices esa noche, sobre todo por lo que estaba por pasar.
A esa hora ya había conocido a mucha gente, desde algunos familiares de mi novia hasta personas que no la conocían. Gente que venía de Berlín, de Bonn, de Dresden, de Cotbus, de Korisburg o algún lugar que sonaba parecido −ahí había un escocés, por cierto− y de otros lugares que nunca había escuchado y que no sé como se llaman ni donde quedan. Entre ellos −que eran como treinta− conocí ecologistas, profesores, geólogos, ingenieros, carpinteros, asistentes sociales, estudiantes de sociología, marinos y hasta a un americano, que por cierto, era músico. El me contó también cosas interesantes las cuales luego abordaré.
Poco después de las diez y media de la noche las personas mayores empezaron a retirarse y entonces la fiesta comenzó a animarse, no porque los que ahí eran mayores fuesen antipáticos o serios; más bien porque a ellos ahí todos les guardan respeto y por eso se procuraban comportar. En vista de que la fiesta había subido de nivel, yo decidí elevarla aún más y por ello fue que traje la tan esperada botella de Tequila.
Conforme fui repartiendo tragos de tequila entre los asistentes, profundicé con algunos de ellos, no cabe duda que el tequila es un buen desinhibidor de la timidez. Con uno, que es geólogo, fue con quien tuve la charla más amena y creo seremos amigos por mucho tiempo, aunque había un tipo al lado que luchaba por hacerla no profunda (por no decir que estaba bien buey) afortunadamente, el geólogo siempre la rescataba. Con el estuve platicando de profesiones y cosas de hombres. ¡No, no era nada interesante! Sólo era de países, fútbol y geografía. Casi al final, él abordó un tema que me parece rescatable, me dijo que antes −y aún ahora− en Alemania había muchos dialectos y que esto se debía a que en la antigüedad Alemania estuvo dividida en muchos reinos y que los reyes o monarcas y cada uno de los cuales acostumbraba cobrar impuestos por entrar o salir de cada uno de sus reinos. Por este motivo, que fue meramente económico, mucha gente procuraba no salir de sus pueblos y así vivió por cientos de años, creando micrositios donde se hablaba más diferente cada vez hasta que con el tiempo se acuñaron otros dialectos. Como antes no hablaban exactamente la misma lengua y la que hablaban cambió tanto, en algunos casos se crearon otros idiomas. Yo quise mencionar la historia de un filosofo alemán que vivió toda su vida en su pueblo y nunca salió de él, pensé que sería un buen ejemplo para la plática pero nunca pude acordarme de su nombre, a pesar de que lo estudié mucho en la universidad y de que es uno de mis favoritos en cuanto a frases celebres se refiere; ellos se sorprendieron que yo conociera a un filosofo alemán y ellos no supieran de quien se trataba.
Al siguiente día le platiqué a Jeannette y ella me ayudó a recordar el nombre pero junto con el me dijo una verdad que no sé como no se me había ocurrido antes: el nombre del filósofo mencionado era Kant, pero me dijo que no era un buen ejemplo, porque precisamente de eso estábamos hablando: sí en Alemania toda la gente vivía así, sin poder viajar, entonces cómo se iban a acordar de alguno en particular. Ella tiene razón.
Seguí repartiendo tequilas a diestra y siniestra, casi todos lo aceptaron, a excepción de algunos que ya saben de sus efectos por lo que prefirieron abstenerse. La noche se alegró y después de vaciar más de media botella decidí parar por un rato. Había tomado tanto al ofrecer a los demás que necesitaba un descanso; esto fue así porque todos querían tomar junto conmigo, mirándome a los ojos y al mismo tiempo, a fin de evitar la maldición alemana de no seguir la tradición al brindar: siete años de salación al que no lo haga. Luego la vecina, la misma que trajo la sopa “mexicana”, me pidió la botella para tenerla de recuerdo, yo accedí pero le dije, por medio de alguien que sirvió de traductor, que sería hasta el final de la fiesta cuando la tendría, motivo por el cual no me perdió de vista hasta que se la di. Por lo menos se que se la pasó entretenida, cuidándome.

Tomé entonces una cerveza y aunque suene a comercial, una Köstrizer fue la elegida, oscura y fuerte, en Alemania, es mi favorita; Entonces fui a buscar a Jeannette, después nos fuimos al cuarto de atrás, allá uno de nuestros roommates tocaba con su banda. Yo sabía que tocaba la guitarra pero no que tenía una banda y mucho menos que tocarían en nuestra fiesta, al preguntar sorprendido acerca de aquello, me dijeron que es un proyecto nuevo, que aún no tenía nombre ni bajista, yo me apunté de inmediato, les dije que no sé tocar pero si me enseñan aprendería. Lo tomaron a gracia, como lo era, pero me concedieron un deseo, me prestaron su bajo un rato y a lo mejor hice el ridículo, con el tequila no me acuerdo.

Seguro traía un desmadre pues no sé tocar ni una flauta y ahí me soltaron un bajo que sonaba como diablo, debí haber aterrorizado a todo mundo, pero de que me lo celebraban si me acuerdo. Después los escuchamos tocando, el americano tomó el bajo, así que el sonido era rico y compacto, pues tocaban en su cuarto. Tocaron canciones de rock en alemán y en inglés, reconocí algunas de The Cure y escuché cosas desconocidas pero interesantes. El tequila ya estaba haciendo efectos en algunos de nosotros pues aparecieron botellas tiradas por el piso y nadie supo de quien eran, ni de la mesa, cual era la suya.
Ya más tarde y después de la música, recuerdo que tuve un altercado con la vecina, la misma que me seguía, esto fue así porque yo había traído unas banderitas de coco desde México a fin de ofrecer a todos en la fiesta pero ella tuvo la brillante idea de decirme que las banderitas estaban mal porque no eran de México sino de Italia, pues no traían el águila estampada. Hasta traía un libro que no sé de donde sacó para mostrarme las banderas de esos países, así estuvo a déle y déle hasta que me hartó y me detuve para decir: ¡Si, es cierto! Las banderas parece que están mal pero no es así, mira bien, aquí en la bandera tu ves los colores y aquí, frente a ti, ves el águila y si no lo crees dime ¿Por qué crees que soy café? Con esto se calmo, tal vez más por el tono de mi voz que mi explicación pero de no haberlo hecho me habría echado a perder la fiesta que era lo importante.



Después me recuerdo platicando con el americano, de quien yo sentía una cierta desconfianza para hablar, pensaba que siendo el americano seguramente podría ser de esos que no tragan a México o de los que hacen comentarios despectivos como muchos de ellos acostumbran. Pensaba que al encontrármelo en Alemania, donde el hablaba la lengua, me dejaría en desventaja, pero al abordarlo no pasó nada de eso; por el contrario, me dijo que el era novio de una de las invitadas −aunque ya lo sabía−, y que era de Los Ángeles; poco a poco fuimos encontrando cosas que nos identificaban, por ejemplo, me contó que el había ido mucho a Tijuana cuando estaba más joven, cuando aprendía a tocar su música, brindamos por ser ambos de la bella California, sin importar los países, por tener novias alemanas y por encontrarnos allá y tal vez por más razones, el tequila es muy bueno para esas cosas. Me contó que el trabaja como maestro de inglés y que, además, toca en un grupo de ska, llamado The Essentials, que los pueden encontrar en Internet, específicamente en My Space; de hecho pudiera decir que me lo imaginé desde un inicio, pero no es cierto, sólo me causo una extraña sensación al mirarlo ya que cuando llegó usaba un −para mí− ridículo sombrerito que me recordó a The Untouchables y toda esa época de los 20’s. Hubo algo que no me terminó de gustar en su forma de ser y en su plática; eso fue porque entre todo lo que platicamos me dijo porque a él no le gustaban los Estados Unidos, me dijo incluso que los odiaba, que era un país estúpido entre otras cosas, a pesar de que él es de ahí… me dijo que cuando era chico vino una vez a Alemania y a Suiza y que de chico tomó clases de alemán y luego conoció una chica alemana y con ella se vino, que vivió cinco años con ella pero luego la relación terminó y el se quedó a vivir allá. De cualquier modo ahora habla perfecto alemán (según el, pues no me consta). Ahora hace una bonita pareja con una maestra de Berlín que también vino a la fiesta. No sé, había algo que no me convencía, algo que no me terminaba de cuadrar, no sé, a lo mejor son ideas mías pero con el tiempo uno aprender a observar y cuando uno huele algo así, ya no es fácil fiar.
La fiesta termino poco antes del amanecer. Cuando yo me fui a dormir quedaban solo otros dos de los invitados, hablaban alemán y a mí eso aún no se me da; por eso me despedí, el tequila ya se había esfumado con tanto que hacer y pensar. Fue una velada increíble y cuando llegué a la cama descubrí que Jeannette me tenía preparada una cubeta junto a la cama. La precaución es muy buena, afortunadamente, esa noche, yo no la necesitaba. No vomité, ni sentí malestar alguno, fue una noche perfecta junto a mi amada.

Recuerdo que al siguiente día, un domingo, desperté con un desagradable sabor en la boca, una sensación tan asquerosa que parecía que había comido caldo de sapos. Oí ruido en la cocina y salí a ver que ocurría ahí. Al entrar noté que todos me miraban asombrados, me preguntaron que cómo me encontraba, yo, sonriente y feliz, les dije que estaba muy bien, que me había tenido que levantar porque Jeannette me dijo que me olía mal la boca y que tenía que ir al baño.
Cuando me fui todos se rieron, después me contaron que estaban sorprendidos pues la noche anterior me habían visto muy tomado y luego me veía como sin nada, hasta contando chistes. Lo que ellos no supieron es que tan pronto volví del baño me comenzó a doler terriblemente la cabeza, me tomé una, dos y tres pastillas a escondidas ¡claro! Pero el dolor no cedía y nosotros teníamos que salir a la calle, ya habían pasado casi tres horas y nada. Yo no podía decir que estaba bien porque el cuerpo se sentía extraño. Tenía una extraña sensación de querer vomitar pero muy lejana, confundida con algo más y cansancio en las piernas retrasado del viernes anterior, cuando fui a jugar fútbol y que aparecía cuando menos lo necesitaba. Ahora, cruda y dolor muscular amenazaban con echarme a perder el día. Yo me decidí que no sería así y en punto de las tres salimos a la calle.El tequila seguía ahí, recordándome que aún estaba enfurecido por habérmelo tomado casi yo solo y que aunque fuese mexicano no me iba a perdonar. Por suerte de ahí no pasó y aprendí bien la lección, tanto así que aún no lo he olvidado.

2 comentarios:

La Babylimoncito dijo...

saludos morro, a lo mejor ni te acuerdas de los de rosapulco, jajaja siguela pasando asi de bien con tekila o sin tekila. atte. la limonda

Juan-Jo dijo...

A tu salud!!!!! Claro que si!!!!!