viernes, febrero 16, 2007

La increíble historia de Pueblo Chico

Yo ya quiero ser abuelo, pa’poder contar a mis nietos con anhelo, el recuerdo de estos tiempos y la forma en que quiero recordarlos. Pa’sentarme en la mesa de noche y pausadamente relatar, como un día me contó mí bisabuelo, la historias que les estoy preparando. Por eso, ya estoy practicando, con historias como esta que en seguida les relato:

Corrían los primeros años del siglo XXI, tiempos de avanzadas tecnologías y de vidas cada vez más cómodas. En pueblo Chico todo iba como en los últimos cincuenta años: todo parecía ir de prisa pero no pasaba nada. La gente con dinero seguía teniendo cada vez más de eso y los que no…bueno ¿Para que contarlo?

En Pueblo Chico el gobierno tenía mucho poder, aunque parecía no tenerlo en aquello que no llenaba los bolsillos de sus gobernantes; en esas cosas era el mejor, el más eficiente y el más desarrollado; con tanto poder era fácil hacer lo que quisieran y cada vez fueron aprendiendo mejor como hacerlo.

Al pueblo le lavaba el cerebro de día y de noche, tenía anuncios y comerciales en todo tiempo y a cada propicia ocasión les hacia festejos donde inculcaba sus métodos. Todo parecía ir en orden todo el tiempo y en todas direcciones. Gobierno y borreguitos iban de la mano, forjando el destino al que estaban destinados.

Pero no hay mal que dure cien años, cuanto más en tiempos tan avanzados y al gobierno de Pueblo Chico un día su hora se le llegó. Entusiasmados con los resultados, a los burócratas se les ocurrió comprar todo el tiempo en tele y radio y lo único que el pueblo podía ver y oír era al presidente municipal contando sus aciertos y las acciones a celebrar. La gente se le enojó parejo, hasta sus mejores partidarios y hubo muchas protestas en la plaza principal.

Al gobierno que, hasta entonces, había tenido sólo buenos resultados con recolecciones de dinero y sus golpes publicitarios, no le importó todo aquello, lo tenía prácticamente despreocupado; se pensó mejor en aprovechar que la gente estaba en la plaza y puso en ella una pantalla de esas grandes, digital y de colores, para transmitir los supuestos logros de su famoso alcalde.

El pueblo enardecido, por tanto desaire, fue a traer sus teles y sus radios esa misma tarde y estrellándolos en el centro de la plaza, hizo una gran pirámide que tapó los mensajes y spots del gobernante. Cuando cayó la noche se vieron por fin muchas caras felices, pues se sabían despiertos, de un largo periodo hipnotizados. Ya cansados de tanto celebrar, alguien grito: “Por respeto a la autoridad, hay que parar e irnos a descansar”. Entonces, el pueblo se fue a sus casas y descansaron uno, dos, tres y cuatro días y hasta hoy siguen descansando, de los mensajes del alcalde y sus anuncios descabellados.

Dicen que ese pequeño pueblo es ahora el paraíso, pues no hay en él campañas enfadosas, de esas que hacen los que pierden el piso, ni novelas con mentiras o fútbol con sus fracasos, ni mucho menos gente que esté sufriendo por perder el tiempo a diario.

Y cuando note que mis nietos se estén cansando, despertarlos con frescura, al cantarles con mi guitarra, estos versos que mí ciudad hoy inspira:


¡Ay que lindo Pueblo Chico!
de lindas caras te has llenado;
A pesar de tanto mal político,
Que nomás te han utilizado.

Para hacerse de dinero
o para hacerse de fama;
Esos pillos sin llenadero,
Lo que ocupan es una cama.


Que sea de fierro macizo,
Tan dura como su alma,
Como las que tienen de uso,
En la SEMEFO de Tijuana.


Obviamente está inspirado en los últimos acontecimientos ocurridos en mi ciudad natal: ¡Tijuana!

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