lunes, noviembre 20, 2006

El Sauce




Hace bastantes años ya, en un prospero pueblo mediterráneo, un hombre trajo a su casa un lindo cachorro. Como se acostumbraba en esos tiempos, tomó al pequeño perro y lo amarró de un joven sauce que se mecía al lado de una vieja parra que estaba a un costado de la casa. Pensó que el sauce cuidaría al cachorro y la parra al sauce. El cachorro fue creciendo a la sombra del sauce y, a veces, se orinaba en él; en ese patio todos eran felices, como sólo lo pueden ser los que tienen una familia.
Pero en todas partes existe el mal, hasta en el paraíso como Adán y Eva lo supieron, por eso he de contar aquí que un día, cuando el perro ya era un perro viejo, vio partir a su dueño al campo como durante años lo vio partir todos los días pero esta vez lo vio volver acompañado de cuatro tipos quienes ataron a su dueño del sauce y se metieron en la casa. Se oyeron ruidos por todos los rincones y golpes le sobraron a su amo por no decir que tenía algo de valor. Esos necios no sabían que los hombres buenos no saben mentir. Después de un rato, con todos los quesos del buen hombre en las manos, salieron y se echaron a la sombra del mismo sauce. Desde ahí miraron como ardía la casa mientras su dueño, desesperado, trataba de apagarla. De nada le servía que lo hayan soltado, el fuego ya era muy grande.
Los estúpidos no hacían más que burlarse a carcajadas, con la boca llena, casi vomitando el queso que con las manos se metían a la boca, queriendo tragárselo de un bocado. El perro temeroso en un principio ahora lucía inquieto, ladraba sin saber a donde hasta que se abalanzó sobre los extraños, atacándolos con una furia que nunca antes había mostrado. Apenas pudo morder a uno de ellos cuando una soga lo cogió del cuello y lo jaló, guiándolo hacia su destino; de una gruesa rama del sauce terminó colgado.
El buen hombre no pudo más y dejo salir si ira lanzándose sobre sus agresores. Dos latigazos lo paralizaron y lo hicieron retorcerse sobre el suelo, luego los ingratos malnacidos lo sujetaron al sauce y le dieron de latigazos uno por uno hasta que quedaron exhaustos. Todos creemos que los árboles no sienten pero este sauce estaba sintiendo como cualquier otro puede sentir cuando algo así le pasa a su familia. Triste y desesperado presenciaba como el buen hombre perdía la vida atado a él y en una de sus ramas se mecía sin vida el perro. Así presenció como los malditos sinvergüenzas se alejaban mientras la casa se reducía a cenizas. Ahí maldijo una y mil veces a Dios por no poder hacer nada, por haber sido creado sólo para ser un mudo testigo de lo que les pasó a quienes lo querían. Lo gritó con tantas fuerzas que aún hoy cuando sopla al viento se oye su lamento. Quedo ahí, incapaz, como siguen los sauces hasta ahora, junto a la vieja parra a la que se le marchitaron las uvas que tenía por el fuego; por ello cuenta la leyenda que desde aquel día las uvas se marchitan sin caer al suelo, se hacen pasas con la esperanza de que venga un buen hombre a recogerlas para hacer vino de ellas y también, cuenta la leyenda, que desde entonces los sauces se ven tristes, por eso se llaman sauces llorones.

2 comentarios:

Claudia X dijo...

Ey que curada esta!

Juan-Jo dijo...

Hey, que buena onda que te gusto, esperaba tu punto de vista, Gracias