lunes, diciembre 04, 2006

La Ruta de los Sueños III

M a g d e b u r g




Unos calidos brazos me esperan en Frankfurt y ahí también unos tibios labios me dan la bienvenida. No creo que pudiese estar en mejores manos, me dejo llevar y soy conducido por media Alemania, atravesando un bello paisaje que no cambia en todo el camino; para mí lo que veo es como una postal permanente compuesta de bosques verdes, algunos intensos, otros otoñales, colinas y campos atravesados por ríos. El norte lo perdí, no sé a donde queda pero no importa, a donde vayan mis ojos se ve la belleza hecha realidad. Los reencuentros siempre son amables, este es amablemente perfecto. Así pasan cinco horas recorriendo una autopista que varia entre dos y tres carriles hasta llegar a Magdeburg; ya ha caído la noche y a primera vista, esa pequeña ciudad de la que me habían hablado, luce preciosa y tranquila; con edificios de respetable tamaño pero sin pasar de los cinco pisos en su mayoría. Atravesamos calles de adoquín, todas repletas de pequeños carros estacionados a los lados y grandes árboles perfumando el ambiente, sumergidas en una dulce oscuridad que no espantaría ni al niño más mal creado. Recorremos unas cuantas de esas calles y por fin llegamos. Ese es apenas el comienzo de una larga noche. Pronto empiezo a conocer nueva gente; nuevas caras y nuevos nombres llegan a mi vida de una forma apenas concebible, como jamás me lo hubiese imaginado. Ahora ya es demasiado tarde para pretender preparar algo, la realidad si puede rebasar a la ficción y hoy lo estoy comprobando.
El siguiente día es un día feriado en algunos Estados alemanes; se celebra una fiesta protestante y como algunos Estados son de mayoría católica no celebran estas fiestas, es por ello que no todos la festejan pero en Magdeburg que es parte del Estado Federado de Sajonia-Anhalt, de mayoría protestante, sí se celebra y por ello mucha gente tiene el día libre. Nosotros aprovechamos para salir a dar una caminata por la ciudad. Comenzar a caminar por las calles de Magdeburg es emocionante, enfrentarse a lo desconocido siempre lo es, claro, pero encontrarme en un lugar tan lleno de cosas nuevas para mí lo hace infinitamente interesante. Comienzo notando que las banquetas están hechas con pequeños adoquines granosos, alineados de formas distintas que hacen que uno nunca se canse de verlos y, además, tienen bonitos colores pero nunca dejan de ser tonos sobrios, que pueden variar entre blanco, gris, café o negro. El vecindario desde el cual iniciamos nuestra caminata es Stadtfeld Ost y en él casi todas las construcciones consisten en edificios de cuatro pisos, que lucen bien arreglados y pintados la mayoría y sólo de vez en cuando se ven algunos viejos y maltratados. Dicen que porque en la era de la Alemania Comunista, de la que Magdeburg fue parte, muchos dueños se fueron al oeste y no regresaron o porque cuando lo hicieron se encontraron con que sus propiedades tenían nuevos dueños, por ello algunos aún se encuentran en problemas legales y otros no tienen propietario.

Después, de entre las calles, ha surgido un pequeño parque cubierto de hojas que los árboles han tirado por el otoño y tras él se encuentra la central de autobuses donde se pueden tomar autobuses para ir a cualquier lugar de Alemania y aún a otros países, siendo los más comunes los que van a Polonia o a Rusia ya que de allá vienen muchas personas a trabajar. Me sorprende ver que la estación sea sólo un módulo donde se venden los boletos y que los asientos estén a la intemperie, sobre todo en una ciudad en donde ahora sé que hace mucho frío.













Seguimos caminando y pronto nos encontramos en el centro de la ciudad y ahí, de tajo, se pasa de bellos edificios habitacionales a mordernos edificios comerciales, casi todos más altos, de entre seis y ocho pisos. Modernos pero fríos, pues no tiene jardines ni nada que los haga amables a la vista; eso si, denotan una limpieza a prueba de todo. Después de atravesar una pequeña plaza nos encontramos con una fuente muy pintoresca, llena de figuras de demonios y mujeres desnudas saltando o colgando de ella así como de parejas entre lazadas por todo alrededor, sugiriendo juegos o relaciones carnales, parece un gran caldero, sobre todo por las altas temperaturas que ahí están representadas. Subo por una pequeña escalera para poder ver el interior y descubro unas palabras hechas con graffiti, las leo y pregunto con voz alta a mi compañera: ¿Qué es Fotze? Ella se sonroja y me dice a señas que me callé y disimuladamente hace referencia a la gente que ahí se encuentra, bajo para saber a que se debe aquella reacción y ya que estoy a su lado me dice muy quedito: ¡Fotze es una sucia forma de llamarle a la vagina…! ¡Ay, cabrón-pienso entonces- y yo gritándolo frente a todos!