jueves, diciembre 21, 2006

La Ruta de los Sueños X

Breve intervalo Navideño
Por razones de tiempo he decidido adelantarme un poco a los acontecimientos y entrar de lleno a la temporada navideña que en este país es especial, por eso comenzaré por decir que la temporada navideña es Alemania es la mejor del mundo y ya verán porque:


Weihnachtsmarkt en Magdeburg
La temporada navideña para mí este año comenzó cuando mi novia, que es una chica de nombre Jeannette, a quien ya describiré más adelante ya que por ahora basta saber que es la dueña de mi corazón, me llevo al mercado navideño de Magdeburg, conocido aquí en Alemania como Weihnachtsmarkt. Llegamos poco después del anochecer y recorrimos el lugar buscando algo de comer; el piso estaba cubierto de paja y por donde quiera se miraban personas portando vestimentas medievales, algunos atendían los pequeños comercios de artesanías que estaban regados por todo el mercado, que son hechos de madera y de forma que evoca al medioevo, en ellos venden ropa confeccionada con lana de borrego: guantes, gorros, chamarras y hasta cobijas, también había de estambre y cualquier artículo de piel imaginable, artículos de vidrio o de porcelana con la característica que todos son de excelente acabado y la gran mayoría hechos a mano, no se ven cosas de baja calidad en esos negocios. En uno de los puestos se encontraba un hombre trabajando el acero, es decir, un herrero, pero este era un herrero medieval ya que con fuelle y fuego era con la que domaba los metales que transformaba en piezas de arte o en armas mortales, prácticamente podía hacer lo que se le antojara ya que en su pequeño local se podían apreciar desde anillos hasta herraduras y claro, tenía espadas y cuchillos también. En otro de los puestos había un par de hombres retando al público a probar sus habilidades practicando el tiro con arco o el lanzamiento del hacha, para tal efecto tenían al fondo de su local una madera en donde se podía ver la figura de un oso agresivo que era a quien había que tranquilizar, todo esto con las debidas medidas de seguridad que al respecto se requerían por supuesto. Después de curiosear un poco entre los gorros de lana de colores fantásticos que se exhibían en otro de los locales y comprarme uno, por cierto nos decidimos a probar un platillo de carne de puerco salvaje, que aunque yo le digo jabalí aquí me dicen que no es el mismo animal, así que no sé exactamente que clase de puerco salvaje sea, pues hasta donde sé sólo existe otro que se llama pecarí pero ese es nativo de América, pero lo alemanes son muy específicos y a cada momento aclaran que no son lo mismo, tal como pasa cada que veo un venado y me dice todo mundo: no, esa es una gacela o un ciervo o alguna otra clase de lo que para mí, a modo de ser práctico llamo venados, de cualquier manera eso no era importante en ese momento, lo que si era importante era saciar nuestra hambre y ordenamos uno de esos panes con un enorme trozo de carne jugosa y caliente, ideal para los amantes de la carne como lo soy yo, lo disfruté bastante ya que el jugo que la acompañaba era una mezcla del jugo de la carne con cebollines y hongos fritos que la hacían aún más antojable, al grado que estuve a punto de ordenar otro, sólo me abstuve por que en verdad son grandes esos trozos y no habría podido con otro. Mientras tanto, el ambiente ahí estaba rodeado de ricos olores provenientes de un puesto, el más grande de todos, en donde se vendía lo más tradicional de las fiestas navideñas alemanas: ¡el Glühwein! Se trata de una bebida que, como su nombre en alemán lo dice, está hecha de vino (wein) ardiente (glühe:arder), el cual esta hecho a base de vino rojo preparado con especies y frutas que lo hacen verdaderamente ardiente a la boca ya que no sólo esta caliente sino que además los ingredientes se activan y pican en la lengua pues es intenso su sabor y también lo es su efecto, rápido al bebedor se le quita el frío y le llega la alegría, por eso ahí se oían tantas carcajadas y se veían tantas caras alegres. Muchas personas hacen de este puesto su lugar de reunión y de convivió con los amigos.
Después de que terminamos con nuestra bebida nos dirigimos al área de los juegos donde anduvimos un rato caminando entre la rueda de la fortuna, el carrusel y otros juegos mecánicos; viendo también los juegos de azar como los de otras ferias y oliendo los deliciosos olores de los puestos de golosinas que vendían mientras eran preparadas almendras confitadas, crepas con cajeta, mermelada o chocolate, conos rellenos de frituras de harina azucaradas y otras delicias que envolvían el ambiente en un delicioso aroma a canela y azúcar tostada. Poco después regresamos a casa y mientras caminábamos yo ya pensaba en la próxima visita al Weihnachtsmarkt por que en caso de que no estuviera planeada yo me tendría que escapar.


Los Weihnachtsmarkt de Bonn
Habíamos salido al atardecer rumbo a Bonn y la noche nos cayó en el camino, cuando llegamos a la ciudad que fue capital de la Alemania Occidental cuando estuvo dividida ya estaba oscuro; tan pronto llegamos nos metimos en una calle que iba de la estación de trenes hacia la plaza del centro, que en esos momentos estaba ocupada por el mercado navideño que olía como sólo la navidad alemana puede oler. Con las mezclas de olor a pino, canela, azúcar y glühwein en el aire, el ambiente era inmejorable, con gente comiendo y bebiendo por todos lados y los que compraban entre la gran cantidad de artículos que ahí se vendían lo hacían con la más grande satisfacción que uno se pueda imaginar e igual ocurría con las personas que solo se acercaban a preguntar por alguna cosa, eran atendidos con un sonrisa y algún buen comentario. Después de ir a dejar nuestras maletas regresamos a buscar algo de comer y, por supuesto, de tomar, el glühwein ya estaba entre nuestros planes, como es una bebida que sólo se consigue en temporada navideña no se podía dejar escapar cualquier oportunidad para probarla. Otra vez la bebida resultó ser una delicia, por ser un vino cargado de jugo de frutas y por tener la temperatura adecuada provoca una sensación de regocijo en quienes lo ingieren; podría decir que de ahí viene la felicidad de la gente que vi ahí reunida pero es difícil de asegurar, además del glühwein también los olores de la comida y los colores de las cosas que ahí se vendían podían complacer los sentidos de cualquier persona. Caminamos un poco, apreciando los maravillosos objetos que se ofrecían a nuestro paso, disfrutando del ambiente de la noche y sobre todo de nuestra mutua compañía. Probamos entonces un delicioso plato de champiñones ligeramente fritos y bañados en deliciosas salsa de especies, acompañados de vino ardiente. Continuamos la ronda por entre los puestos del mercado y descubrimos un local que nos maravilló, en el vendían instrumentos musicales artesanales, de entre guitarras, acordeones, castañuelas y tambores a mí lo que más me maravilló fueron una serie de animales que, además de estar lindamente tallados en madera, producían sonidos característicos a cada uno de ellos, como una rana al rascar su lomo con una madera producía un sonido de ¡crooooooooac! o un grillo que sonaba como cualquiera de los de su género lo hace al anochecer y un pato que graznaba cómicamente. Lo mejor de todo fue la magnífica personalidad del señor que atendía el negocio, tanto así que una multitud de personas hacía valla tratando de acercarse a ver lo que el señor vendedor iba mostrando y que a nosotros nos mantenía entusiasmados, como dos niños que acaban de descubrir como subir a la alacena. Luego caminamos y nos encontramos con una par de hombres que, sobre la banqueta y de manera aparentemente improvisada, tocaban el violín y el acordeón de manera formidable, interpretando piezas de Beethoven, Mozart y otros grandes de la música clásica, haciendo vibrar a todos los transeúntes y recolectando una gran cantidad de monedas en el baúl del violín que con ese propósito tenían abierto sobre el suelo frente a ellos. Poco después descubrimos un pequeño escenario donde un coro de niñas católicas interpretaba canciones navideñas, al lado vendían glühwein y con eso el ambiente mejoró, mucha gente se junto para escuchar al coro cantar sobre el estrado y cuando hubieron terminado se fueron dispersado poco a poco, perdiéndose entre los pasillos de los puestos de comida o de los que tenían todas aquellas bellas cosas bellas que parecían todas producidas por artistas. Más tarde, cuando yo tomaba cerveza, mi novia compró plato de Pollieres, que son unos pequeños Hot Cakecitos, que se sirven bañados de una crema de avellanas, que aunque le quemaban a uno la boca estaban increíblemente deliciosos. Mientras platicábamos acerca de cuanto veíamos la noche fue madurando entre agradable y amorosa para volverse inolvidable.


La aventura de Köln (Colonia) en su Weihnachtsmarkt
En Köln estuvimos sólo unas horas, tiempo que nos alcanzó de maravilla para probar un sabroso pescado que nos sirvieron con un pan y salsa de mostaza al lado, antes habíamos subido a su catedral, que es la más grande de Alemania y de la cual me ocuparé en su oportunidad, sin embargo, subir los 509 escalones nos sacó el hambre y desde arriba pude tomar una increíble foto al mercado navideño que se encuentra a sus pies.


De paso por un Weihnachtsmarkt de Berlín
Durante un fin de semana la pasamos en Berlín, la capital alemana, una ciudad impresionante por imponente, donde se refleja fielmente el carácter de los alemanes y de la cual me muero de ganas por escribir más pero aún no llegó a ese punto, por el momento sólo describiré lo que viví en el mercado navideño que se encuentra a los pies de la iglesia Gedächtnis Kirche o Iglesia del Recuerdo, en donde paramos a visitar la iglesia y en las afueras comí un rico brötchen mit Wurst, consistente en un panecillo blanco, como las teleras de México, con una larga salchicha en el centro tan larga que era tres veces más grande que el panecillo lo que la hacía verse muy chistosa, la salchicha buena, hecha de carnes con especies, muy sabrosa, el panecillo no tanto, un panecillo cualquiera, un poco seco. Ahí el ambiente era pesado por la gran cantidad de gente que andaba por esa calle, demasiados turistas al grado de que los odiaba, de no ser por que yo era uno de ellos hubiese deseado que desaparecieran todos, ni fotos me dejaban tomar de tantos que eran. En los puestos del área miré más o menos las mismas cosas que en los anteriores mercados que había visitado, sólo que aquí había algunos puestos que vendían artesanías rusas como las matroskas, que son un montón de muñequitas metidas unas dentro de otras hasta alcanzar a veces números de veintitantas, aunque la mayoría de las que venden en la calle son sólo de tres o cuatro.


El paraíso de las Weihnachts: Quedlinburg
Quedlinburg es la ciudad medieval alemana más grande que aún se conserva, en ella hay cientos de casas que fueron construidas antes de que se descubriera América, es tan bella que la UNESCO la ha declarado patrimonio histórico de la humanidad. Los alemanes lo dicen con orgullo y la verdad es que lo deben tener, Quedlinburg es un tesoro. Tiene ya más de mil años de historia documentada y muchos más siglos de ser habitada lo cual resulta muy atractivo para los turistas muchos de los cuales llegan desde temprano a bordo de autobuses charters que vienen desde todos lados de Alemania y algunos desde otros países europeos. Nosotros estuvimos ahí un solo día, mismo que me la pasé caminando de orilla a orilla, mientras que Jeannette participaba en las actividades de un grupo de conservación ecológica al que pertenece, al cual se le denomina BUND. Después de recorrer aproximadamente cuarenta minutos desde Magdeburg en el Ford Fiesta que ella tiene llegamos a Quedlinburg, que a pocos minutos de haber llegado ya me parecía encantador, la mayoría de las casitas tienen bonitos colores y curiosos arreglos que las hacen ver muy agradables a pesar de que están tan desalineadas que parece que se van a caer pues ya han perdido la vertical. Luego de que llegamos y ayudamos con la instalación de una tienda donde se brindaría información al público nos fuimos a recorrer brevemente el centro y algunos de los mercados navideños, mismos que aquí se instalan dentro de los traspatios de veintidós casas elegidas para tal fin, así como en el mercado principal.

Los mejores ambientes se dan sin duda en los traspatios de las casas o de los pequeños edificios antiguos, a los cuales para llegar se deben de ir recorriendo las calles atestadas de turistas curiosos que deambulan buscando las mantas rojas que con un anuncio que se lee: Advent in den Höfen (Advenedizo en el patio) señalan la entrada a alguna de las casas agraciadas; la gente se mueve siguiendo algunos de los innumerables olores que vuelan por las calles que por estas fechas se envuelven en olor a azúcar y caramelo, a vino, a pan tostado y a canela.
Después de un rato Jeannette decidió regresar a realizar sus labores de voluntaria y quedamos de vernos más tarde en la tienda del BUND; caminé por entre todo ese ambiente que prepara los ánimos del pueblo para recibir la navidad, haciendo esfuerzos para no caer en alguna de las exquisitas tentaciones que saltaban a mis ojos: panecillos enmielados, frituras con almendras, hojaldras bañadas de chocolate, waffles cubiertos de cerezas, té de manzana y mientras trataba de verlas de reojo, acelerando el paso para no ceder a mi intención de que antes de comer debería ver la ciudad desde el cerro de la iglesia.


Apretando el paso pronto me vi subiendo a una fortaleza a la que se llegaba atravesando un grueso arco medieval de aspecto sombrío, hecho de piedra, arriba del arco había casas, por lo que pasar por el arco era como entrar a una cueva pero tan pronto pasaba uno por debajo ya se encontraba dentro de un gran jardín y a la derecha una alta iglesia, la iglesia del Schloβberg, que esta dedicada a St. Servatius, la cual por estar en la cima del cerro aún se ve más grande. Atrás de ella, en el jardín, hay grandes árboles y hacia allá me dirigí, logrando ver tras ellos los cientos de techos rojos que conforman la ciudad. Las tejas cubren todos los techos de las casas de esa ciudad, por más verticales que sean y sólo los altos campanarios se logran salvar a ellos. Pasé unos minutos apreciando el paisaje que estaba ante mis ojos, traté de descifrar por donde corren las calles pero fue imposible, estas casas son tan viejas que fueron construidas antes de que inventara la planificación urbana. Me dirigí entonces hacia la iglesia que se encontraba tras de mí, atrás de los grandes árboles que por estas fechas ya no tienen ni una sola hoja pues se han preparado para el frío.

Al llegar a la entrada de la iglesia me encontré con un anuncio que decía que para poder entrar al claustro se habían que pagar seis euros y que no se podían tomar fotos adentro, razón suficiente para que decidiera no intentarlo, casi dos meses de estancia en Europa ya estaban haciendo mella en mis bolsillos por lo que debía de ser precavido y, además, gastarlos sin poder llevarme una foto de lo que iba a ver me pareció muy arriesgado, por eso mejor me entretuve apreciando las bonitas fachadas de los edificios contiguos, las cuales muestran preciosos acabados y remates en los techos y están sostenidos por viejas vigas de madera que solo Dios sabe cuanto tiempo tienen ahí. Poco a poco me fui a alejando, como siempre, viendo todo intensamente pues sé que tal vez nunca vuelva a estar por ahí.
Bajé la colina y tomé un camino diverso para regresar, todo lo que vi era precioso; casitas de madera, colores armoniosos, techos puntiagudos y ventanas con puertitas de madera, me acordé de los cuentos de Caperucita Roja, de Los Tres Cochinitos y de Ricitos de Oro que alguna vez escuche con entusiasmo cuando era niño, creo que sin duda el sitio donde se escribieron debió de ser como Quedlinburg, con bosques alrededor y un riachuelo corriendo por el centro. Fue justo cuando llegué al río que no aguante más y me puse a comer, había tanto de donde escoger y tantas cosas se me antojaban que me resultó difícil hacer una elección, finalmente, de entre cerdos rostizados, pescado ahumado, chuletas asadas y salchichas de mil tipos diferentes me decidí por iniciar con unos deliciosos champiñones fritos y bañados con una salsa deliciosa. Comí poco ahí mismo donde los compré y después me fui caminando para evitar que se me antojaran las demás cosas que veía, quería ir comiendo poco a poco, escogiendo sólo lo que me pareciese irresistible, una misión muy difícil en esa ciudad.
Atravesé el mercado principal de lado a lado y di dos vueltas en él, de pronto volteé a mi alrededor y me sentí sólo entre tanto rubio, cientos de alemanes por todos lados y yo intentando moverme entre ellos, me sentí como Lawrence de Arabia cuando visitó La Meca, pero yo no andaba descubriendo el hilo negro solo estaba tratando de
encontrar algo más que me calmará el apetito que ya se me había alborotado y era casi incontrolable. Agudicé mis sentidos para encontrarlo pues de poco serviría preguntar, el único en que podía confiar era en mi mismo. Poco después mis esfuerzos dieron resultado y me comí una rica brocheta de carne de cerdo con cebolla y otras verduras asadas a la parrilla, por poco y me lleno por eso salí apresurado a buscar algo dulce para acabar con la hora de la comida y seguir caminando. Pero al comenzar a caminar se me olvido que era lo que quería y me deje llevar por mis pasos y mi mirada cautivada por tantas cosas nuevas y me fui alejando del centro poco a poco, haciendo pausas cuando descubría algún producto desconocido o alguna cosa llamativa, recorrí así algunas calles de nombres inentendibles pero bonitos: Pölle, Hölle, Judengasse y Guts Muths Straβe fueron algunas de ellas, hasta que sobre la Pölkenstraβe me paré frente a los dos puntiagudos campanarios de la iglesia dedicada a St. Nikolai, les tomé una fotografía y vi un poco por sus alrededores, ahora el cansancio ya me exigía regresar a buscar algo dulce de otra manera no podría llegar hasta donde se encontraba mi novia, seguramente esperándome.
Cuando pasé por la plaza principal me compré un cono relleno de Schmalzküchen, que son unas pequeñas hojaldras infladas y bañadas en azúcar Glas, muy sabrosos si se comen rápido, cuando aún están calientes, pero que resultan grasosas si se dejan enfriar. Regresé con Jeannette, le di un poco de los Schmalzküchen, no le parecieron buenos, fríos pierden el encanto. Después de acompañarla durante un rato me volví a meter entre las callecitas de Quedlinburg, apreciando cada detalle mientras los colores se perdían entre la oscuridad de la noche que nacía. Mis pasos me llevaron otra vez al mercado principal y ahí compré dos vasos de glühwein y unas almendras confitadas calientes, recién salidas del horno, regresé con mi novia y nos los tomamos juntos. Afuera de la carpa del grupo comenzaba a llover y pronto vimos como la gente comenzó a desaparecer, poco después nosotros también nos fuimos por aquellas callecitas donde la lluvia ya había cedido y había dejado las calles humedecidas, que ahora brillaban con la luz de las lámparas por donde nos fuimos comiendo las almendras.

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