sábado, diciembre 16, 2006

La Ruta de los Sueños VII

Del paseo por Kaufland y la memoria del Chupacabras

Después de haber atravesado un océano y un continente para llegar hasta acá, de encontrarme con una calurosa bienvenida y husmear un poco en mi nuevo habitad, lo único que puedo hacer al tercer día es descansar y ya por la tarde, que es cuando abro los ojos, me levanto a buscar algo de comer; me dirijo al refrigerador y me encuentro con un pequeño refrigeradorcito donde cinco personas guardan su comida; no sé que es de cada quien así que mejor opto por salir a la calle a comprar algo que comer. Abrí la puerta y traté de recordar las indicaciones que me dieron, vagamente me acordé que tenía que caminar a la derecha y luego dar vuelta a la izquierda y luego bla, bla, bla, todo era confuso, no supe para donde caminar. Después de andar algunas cuadras en sentido equivocado pero jamás perdido y no sin antes preguntar, por fin llegué a Kaufland, un supermercado que se encuentra a aproximadamente cuatro cuadras de la casa ¡Vaya, fue un gran recorrido!


Allí compré algunos artículos pero principalmente me dediqué a curiosear sobre marcas, comidas, frutas y legumbres desconocidas. He encontrado cosas curiosas, por ejemplo, desde afuera las calles y los carros me parecen más pequeños que en Ámérica y adentro del mercado los refrigeradores, los estantes, las latas y los frascos son también chicos. Sin embargo, en las tiendas, las áreas dedicadas a los embutidos y a los quesos son enormes, así mismo pasa con las de los panes y los vinos donde se pueden encontrar cualquier cantidad de variedades nunca antes vistas. Algunos de los vegetales que miré nunca me hubiese imaginado que existían y mucho menos tengo idea de para que sirven; miré mucha fruta traída del norte de África: Túnez, Marruecos y Algeria, principalmente; también mucha de Sudamérica: Ecuador y Brasil, por lo general; poco o nada mexicano, pero las sorpresas seguían: algunas de las verduras que iba reconociendo aquí tienen otro tamaño y a veces hasta otro color y porque no decir: otro sabor. Probé el otro día unos aguacates y no sabían a aguacate, tal vez porque eran de Ecuador o por lo que haya sido pero no sabían a aguacate. Recordé que una vez platicando con un cubano y un guatemalteco me contaron que en sus países hay muchos tipos diferentes de aguacate y que algunos saben muy buenos y otros no sirven y se los dan a los marranos. Seguro estos eran de estos últimos porque a aguacate no me supieron. Después de curiosear un rato me fui y me formé para pagar con el nervio de no saber que decir a la cajera, quien al atenderme me dijo no sé que tanto en alemán pero al final con una sonrisa me dio mi cambio ¡Caramba, que le costaba! Entonces me decidí a comprar algo ya preparado y me acerqué a un pequeño negocio donde se veían ricos bocadillos listos para comer; haciéndome entender de manera rudimentaria y por dos euros compré un panecillo con un trozo de carne adentro, para mí no es otra cosa que una torta de carne empanizada pero aquí seguramente tiene otro nombre ya que los ingredientes son también diferentes. Todo me supo bueno, mejor dicho, la carne y el pan porque verdura no tenía, aunque el pan, para mí gusto, estaba un poco seco, yo lo hubiera calentado en la plancha después de untarle mayonesa o mantequilla, así ese bocadillo me hubiera sabido a gloria.
Cuando regresaba a casa venía con la desagradable sensación de que me faltaba algo de postre, pues, acostumbrado a comer algo dulce al final de cada comida desde que abrí los ojos, no hay comida, por buena que este, que me haga digestión si no la acompaño de un chocolatito, galletita o algún pan dulce al terminar. Por eso, cuando vi una panadería decidí que esta no sería la excepción y a señas le hice entender a la señora que la atendía, mientras le hablaba en un inglés que ella no comprendía, que me diera una dona glaseada la cual resultó llamarse Munn en alemán y que además era tan rica como las donas mexicanas. Con eso, a pesar de la flojera que tenía, se arreglo mí tarde.
Por la noche cuando parecía que el día había terminado fue cuando vino lo mejor, los demás compañeros de piso de mi novia comenzaron a llegar y a mí me tocó irlos conociendo. Fue entonces que conocí a todos los que viven en el mismo piso del edificio ya que como el fin de semana pasado había sido feriado la mayoría de ellos había aprovechado para ir a sus casas o con sus familiares. Unos a Dresden, otros a Bayern y a otros lugares de Alemania que son difíciles de pronunciar, incluso uno de ellos se fue el fin de semana a Holanda para asistir a un concierto. La primera en venir fue una muchacha que es de Baviera y quien después de presentarse me dijo que había traído unos champiñones silvestres que ella misma había recogido en el bosque cerca de su casa, en donde para encontrarlos primero hay que dar con un árbol alrededor del cual éstos crecen y que los tenía que cocinar hoy o de otra manera ya no servirían. Claro, todo esto paso con el poco inglés que ella sabe y con la mucha atención que yo le puse, pues, además, también su alemán es muy diferente al que hablan los demás, al grado que a veces ni los mismos alemanes le entienden ya que la pronunciación y hasta la gramática es distinta. Después, mientras yo recogía un poco el cuarto, miré como ella iba y venía por la cocina preparando la cena. Poco después me llamó porque ya había terminado y teníamos que comer los cuatro que estábamos entonces en casa. Me senté y me sirvieron una especie de albóndiga gigante, pero hecha de pan rayado y prensado, bañada con una rica salsa que no sé de que sea pero que le daba un sabor a caldo de pollo. De compañía se podían servir champiñones preparados y bañados en salsa de ellos mismos ya que otros fueron hechos puré y aderezados con especies. Fue tan bueno el platillo bávaro que repetí. Me dijeron que el platillo se llama Knödelpilzel, al cual, con mi incipiente alemán, traduciría como “Albóndiga con hongos” ¡Vaya descubrimiento! Poco después vinieron otros amigos y ya por la noche se organizó una pequeña reunión en el comedorcito (porque aquí todo es chiquito) donde había un ingeniero en electromecánica, un trabajador social y guitarrista, una cantante de rock (que canta en el grupo del guitarrista), una asistente social, un publicista y un mecánico de motores de barco, entre otros. Todos pusieron algo de su parte y al final ya sabía quienes tenían una banda de rock, que el publicista había estado en el Perú, que el mecánico de barcos había andado por todo el atlántico, visitando Argentina, las Guyanas, Venezuela, México y los Estados Unidos en el barco en que trabaja y hasta sabe pedir en español: ¡Una cerveza, por favor! Todos mostraron mucho interés por México y la primera pregunta que me hicieron fue acerca del chupacabras. Les conté, con un poco de emoción y de suspenso de por medio, que nadie sabe en verdad de que se trata pero que a lo largo de Latinoamérica, a veces aquí, a veces allá, en los ranchos amanecen los animales muertos, con la característica que no tienen ni una gota de sangre en sus cuerpos. Borregos, chivas y vacas por igual. Según sé-les dije- algunos científicos han tratado de encontrar alguna explicación a este fenómeno pero no han pasado de decir que es imposible sacar la sangre a un animal de esa manera, por lo que las investigaciones sólo han dejado más preguntas. Luego me preguntaron más cosas: qué sí la Revolución, qué sí Zapata, qué sí Benito Juárez y los franceses, qué sí el Sub-Comandante Marcos, qué sí Oaxaca. Después de sortear esa avalancha de interrogantes y tomar un buen respiro les intenté regresar la receta preguntándoles algo respecto a su país e inicié con preguntarles acerca de Humbolt pero fue tan escueta su respuesta que creo que yo sé más que ellos, así que mejor decidí no continuar interrogándolos y cabíamos de tema. Como en toda buena charla hablamos un poco de música y después le continuamos alternando los “Prost” y los “Salud” mientras todo mundo se iba despidiendo, al final sólo yo y otro seguimos la platica hasta las 2:30 de la mañana, fue entonces cuando el dijo que se tenía que ir porque al siguiente día tenía que trabajar. Nos despedimos y yo me fui con un buen sabor de boca: los alemanes estaban resultando buena onda, saben escuchar y opinan inteligentemente y lo mejor: ninguno hace escándalos. Un convivió así se debe repetir.

No hay comentarios.: