jueves, marzo 29, 2007

La Ruta de los Sueños XXVII

Por fin Praga

En mi cuarto también estaban dos japonesas hospedadas y una de ellas roncó como cerdo toda la noche. Creo que hace más ruido que el tren que me trajo desde Alemania. Con todo y la mala noche me desperté temprano.

Después de la comida en el restaurante regresé al hostal y me dormí un rato ya que estaba cansado debido a que no me gusta dormir mientras viajo, a menos que definitivamente no se pueda ver nada del paisaje. Por la noche salí de nuevo a caminar y llegué hasta el río Moldava, que esta como a trece cuadras desde el sitio donde me hospedaba. Caminé un rato por la ribera y después decidí regresar, sería mejor ahorrar fuerzas para el siguiente día que, según mis planes, sería un día muy largo. Entre la oscuridad de aquellas calles me topé con una iglesia que se veía muy misteriosa, le tomé una foto y me paseé un poco alrededor, nunca deje de sentir que alguien me miraba desde adentro. Cuando me enfadé de sentirme vigilado, me marché.
En el hostal se anunciaba el bar que está en el sótano, bajé pero no había nadie, o más bien no había nadie agradable, sólo había un grupo de anglófonos que por lo que escuché habían llegado aquí viniendo desde todos los rincones del planeta. Escuché a uno decir que era australiano, una inglesa, un par de americanos y un canadiense que había estado en todos lados; hablaba lo mismo de Hawai que de Sudáfrica. La plática no dejaba de ser superficial como la mayoría de las pláticas de borrachos gringos. Mejor me fui a dormir.

La primera idea que tengo de Praga es que me recuerda a México: hay muchas cosas pero desgastadas, mucha historia pero percudida, todo se ve desalineado. Al menos esa es la primera impresión, habrá que ver más.

Al amanecer del día siguiente el cielo se veía gris, bastante nublado, pero no hacía frío. Parecía un buen día para caminar. Primero había que pasar al desayuno, en la barra estaba servido un buffet típico de estas tierras: café, pan caliente, jamón en rebanadas, peperonni, quesos, mermeladas, huevos cocidos… entre los comensales miré a dos tipos a quienes el día anterior había visto hablar en español, por eso no dude en abordarlos. Me dijeron que ellos eran Hernán y Samuel, españoles provenientes de Canarias, que habían llegado a Praga gracias a la recomendación de unos paisanos míos, a quienes se encontraron en Berlín, de donde habían venido también en tren. Rápido me pusieron al tanto de sus andares por Praga, me contaron que habían ido a muchos sitios y que se habían topado a varios mexicanos por lo que me preguntaron si a nosotros nos gustaba mucho viajar. Hice memoria y recordé que la mitad de mis amigos nunca han salido del área Tijuana-San Diego, bueno, los que pueden cruzar porque otros nomás en Tijuana se la han llevado, así que pensé que la apreciación que ellos tenían no era la correcta pero había una justificación, así que les dije que más bien era que a la primera oportunidad nos gustaba escaparnos de la realidad del país, después el tema se comenzó a desviar un poco al de política económica y ante las pocas palabras que mis nuevos amigos vertían al respecto, preferí cambiar de conversación. Les pregunté a donde más habían ido y me dijeron que hasta el centro y al castillo, pero que estaba muy lejos y que irse a pie tomaba mucho tiempo. Por la forma en que lo dijeron supuse que no eran muy aventados, que eran lentos para andar y demasiado temerosos. No sé porque sentí eso, a lo mejor ellos son los sanos y yo soy el que no está muy cuerdo. Poco después de terminar de desayunar me despedí, les deseé suerte y me dispuse a iniciar con mi paseo por Praga.

Cuando salí del hostal, me dirigí de nuevo rumbo al río, caminé un rato junto a él y pronto pude ver el castillo que se encuentra sobre una de las colinas de la ciudad; entonces me encaminé hacia allá, tomé una de las calles que se miraban subir hacia esa colina. Conforme iba subiendo, vi como el camino serpenteaba hacia la derecha y la banqueta iba cuesta arriba al lado de una larga fila de carros y autobuses retacados de turistas. Volteé a ver el paisaje a mis espaldas y me sorprendí al ver aquel panorama ante mis ojos. Fue precioso descubrir un puente tras otro sobre el río y en ambos lados de éste, una cantidad apenas creíble de torres y palacios. Arriba el aire estaba más frío y húmedo, de tal manera que comenzó a salir vapor de mi boca al respirar. Por lo que veía, aquel también sería un día idóneo para el turismo, el tranvía lucía repleto. ¡Qué gusto que adoro caminar!
Atravieso un pequeño puente y después paso frente al edificio del Ministerio de Defensa Checo, un edificio bastante respetable; después llego al final de una barda, entonces, frente a mí, veo la imagen del castillo, tan sólo hay que cruzar un pequeño puente para estar en él. Atravieso ese segundo puente y un área de bellos jardines y plazas con fuentes y llego hasta otra área abierta, ahí está la entrada del Castillo del Rey, que es muy bonita, con dos grandes banderas checas ondeando a cada lado. Pero está atestada, la fila es tan larga que sin pensarlo lo doy por descartado. Estoy aquí sólo por el fin de semana y no me puedo dar el lujo de invertir tanto tiempo en una sola cosa. Deambulo entonces por los alrededores, veo tantas cosas bellas, entre edificios y detalles que me siento hipnotizado, las imágenes de tantos edificios tan bien hechos y ordenados no me deja ni pensar; voy saltando entre estilos y acabados hasta que me topo con una joya de la arquitectura checa: la Iglesia de Loreta. La había visto en un mapa pero no creí que llegaría hasta ella, ahora está frente de mí y no me podría ir sin visitarla.

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