sábado, marzo 17, 2007

La Ruta de los Sueños XXVI

En la República Checa, llegada a Holesovice

Justo en la frontera le pregunté a un oficial de la policía alemana acerca de la posibilidad de mi regreso, me preguntó de donde es mi pasaporte y al decirle que de México me ha dicho: kein problem! Es decir, no hay problema, lo cual me ha tranquilizado; ahora falta que los policías checos me dejen entrar a su país. Un oficial me dice algo que no entiendo, toma mi pasaporte, le pone un sello y me lo da. Al parecer no ha habido nada de que preocuparse con los oficiales checos. Acostumbrado a tratar con oficiales de inmigración americanos, estos no me parecen tan peligrosos -claro, ante aquellos si tengo mucho que perder-, sin embargo, desde el primer momento puedo ver que estos son mucho más celosos con su trabajo.
Como creo que nunca antes he escuchado hablar checo, pongo atención a los que escucho hablar diferente y, por supuesto, no me suena familiar ese lenguaje, es un idioma fuerte, que se siente pesado y aunque se oye fácil de entender, me han dicho que es un idioma muy difícil. Y ya lo creo, tan sólo de ver como se escribe, casi sin vocales en sus palabras, no logro imaginar como se lee.
Conforme el tren comienza a moverse lentamente después de pasar la frontera, los paisajes siguen mejorando. La vías del tren siguen corriendo junto al río Elba; en él veo un barco de bandera checa, esta república no tiene mares, pero por lo que veo, tiene uno de los ríos más bellos del mundo. Visnice es la primera ciudad de la república checa por donde pasa el tren, en ella los paisajes se ven igual de bonitos que en el sur de Alemania, pero las calles y construcciones se ven un poco decadentes. La vía sigue serpenteando al lado del bello río; en el segundo pueblo que cruzamos se unen otras vías y ahora hay trenes corriendo por ambos lados del río. La industria checa que se asienta en los márgenes del río se mueve en tren, camión y barco. Tienen todo para prosperar y se ve que lo aprovechan, ahora mismo estás construyendo todo una nueva vía del tren. Por las ventanas del tren voy viendo altas chimeneas de las industrias, son muchas, por momentos parece que este país es sólo un parque industrial.
Después de dos horas de viaje el tren llega a Praga, la capital de esta república centro europea, el clima es fresco a mi llegada. Camino hasta salirme de la estación de trenes de Holesovice, que esta del lado norte de la ciudad; rechazo todos los ofrecimientos de taxi, de hotel y otras cosas que no entendí, ya sobre la calle comienzo a ubicarme para poder encontrar la calle Argentinaska pero no es tan fácil. Sacó una pequeña brújula que siempre llevo conmigo para orientarme debidamente; con el norte asegurado, comienzo a caminar hacia donde debe de estar la calle que busco. Tan pronto caminé por un par de cuadras me percaté de que el ambiente de esa cuidad me resultaba familiar, me recordó a la ciudad de México o un poco a Tijuana, la razón, es que a diferencia de las calles alemanas, aquí todo luce desalineado, con grandes baches por las calles, con líneas de electricidad y teléfono colgando por todos lados, es decir, me sentí en confianza. Unas cuantas cuadras más y encontré el hostal donde pasaría el fin de semana. Me instalé y rápidamente salí a caminar un poco, me dirigí hacia las calles que se veían más transitadas. Me metí en un parque que después supe se trataba del parque más grande de la ciudad, luego caminé alrededor de una gran construcción de estilo entre bizantino y alemán; se trata de un gran salón donde se hacen eventos de todo tipo, que fue construido a principios del siglo XX para dar alojo a una gran exposición internacional. Alrededor de él se encuentran muchos restaurantes y como yo tenía hambre me metí a uno de ellos. Al acercarme al mostrador me quede mirando la lista de platillos que ofrecían, tratando de descifrar lo que en checo estaba escrito. Una linda muchacha se acercó y preguntó algo. Yo no entiendo checo, pero suele suceder que le pregunten a uno que desea o en que le puedo servir, por eso le pregunté si hablaba inglés, desconcertada ella me dijo que un poco, pero supe que tan poco que no me había entendido. De entre los comensales, preguntó si alguien hablaba inglés, uno de ellos hablaba un poco, se acercó y nos ayudo a traducir. Me fue explicando uno a uno lo que había en la lista de platillos, entre ellos uno de comida mexicana -claro que no había ido hasta el centro de Europa a comer un platillo de mi tierra- y, al llegar al quinto platillo, le dije que ese era el que quería. También pedí una cerveza. Rápidamente mi comida estuvo lista, se trataba de un Svikova, que consistía en un trozo de carne de res cocida y bañada con una salsa que creo es a base de papa, con sabor un poco dulce, muy deliciosa que era acompañada con cinco rebanadas de un pan blando que más bien parecía migajón. Lo que en verdad fue lo mejor fue la cerveza Budweiser, pero no era una Budweiser cualquiera, era una Budweiser Budwar que es la parte de la compañía que no emigró a los Estados Unidos cuando se dividió en el siglo XIX. Como todos sabemos la Budweiser americana vale pura madre, es desabrida, casi pura agua, insípida, lo cual no pasa con esta Budweiser checa, que es rica, con cuerpo y con un sabor que perdura en el paladar y aún mejor, contiene 13% de alcohol, lo cual la hace perfecta. Es la mejor cerveza que he tomado en mi vida, mejor incluso que las buenas cervazas alemanas.
Cuando terminé de comer tuve un pequeño problema: quise dejar propina pero no conocía las monedas. En estas se veía escrita una cantidad y antes puestas unas letras. Por ejemplo, había unas que decían Kc40 y otras simplemente 5 o 1 con una corona dibujada bajo el número, pensé que las que tenían grabadas las letras Kc, por ser más chicas, serían los centavos. No quise preguntar porque obviamente era
inapropiado preguntar por cuanta propina dejar, además ¿Cómo explicárselo a una chica checa? Así que le dejé a la mesera un montón de monedas que yo creí eran muchos centavos, pero al regresar a A&O, el hostal donde me hospedaba, le pregunté a la recepcionista acerca del valor de las monedas y me dijo que todas eran coronas, no centavos. Entonces comprendí que había dejado a la mesera casi lo mismo que me costó la comida. Al siguiente día regresaría a comer de nuevo y hacer rendir esa propina.

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