jueves, marzo 29, 2007

País de libertades

En los Estados Unidos viven los más libres, también los más esclavos; ahí, muchos viven por el dinero sin importarles darle su existencia. Para mi cada quien debe poder hacer lo que se le antoje en el mercado, pero hay que andarnos con cuidado, porque negros, blancos y colorados, todos tenemos el tiempo prestado.

La Ruta de los Sueños XXVII

Por fin Praga

En mi cuarto también estaban dos japonesas hospedadas y una de ellas roncó como cerdo toda la noche. Creo que hace más ruido que el tren que me trajo desde Alemania. Con todo y la mala noche me desperté temprano.

Después de la comida en el restaurante regresé al hostal y me dormí un rato ya que estaba cansado debido a que no me gusta dormir mientras viajo, a menos que definitivamente no se pueda ver nada del paisaje. Por la noche salí de nuevo a caminar y llegué hasta el río Moldava, que esta como a trece cuadras desde el sitio donde me hospedaba. Caminé un rato por la ribera y después decidí regresar, sería mejor ahorrar fuerzas para el siguiente día que, según mis planes, sería un día muy largo. Entre la oscuridad de aquellas calles me topé con una iglesia que se veía muy misteriosa, le tomé una foto y me paseé un poco alrededor, nunca deje de sentir que alguien me miraba desde adentro. Cuando me enfadé de sentirme vigilado, me marché.
En el hostal se anunciaba el bar que está en el sótano, bajé pero no había nadie, o más bien no había nadie agradable, sólo había un grupo de anglófonos que por lo que escuché habían llegado aquí viniendo desde todos los rincones del planeta. Escuché a uno decir que era australiano, una inglesa, un par de americanos y un canadiense que había estado en todos lados; hablaba lo mismo de Hawai que de Sudáfrica. La plática no dejaba de ser superficial como la mayoría de las pláticas de borrachos gringos. Mejor me fui a dormir.

La primera idea que tengo de Praga es que me recuerda a México: hay muchas cosas pero desgastadas, mucha historia pero percudida, todo se ve desalineado. Al menos esa es la primera impresión, habrá que ver más.

Al amanecer del día siguiente el cielo se veía gris, bastante nublado, pero no hacía frío. Parecía un buen día para caminar. Primero había que pasar al desayuno, en la barra estaba servido un buffet típico de estas tierras: café, pan caliente, jamón en rebanadas, peperonni, quesos, mermeladas, huevos cocidos… entre los comensales miré a dos tipos a quienes el día anterior había visto hablar en español, por eso no dude en abordarlos. Me dijeron que ellos eran Hernán y Samuel, españoles provenientes de Canarias, que habían llegado a Praga gracias a la recomendación de unos paisanos míos, a quienes se encontraron en Berlín, de donde habían venido también en tren. Rápido me pusieron al tanto de sus andares por Praga, me contaron que habían ido a muchos sitios y que se habían topado a varios mexicanos por lo que me preguntaron si a nosotros nos gustaba mucho viajar. Hice memoria y recordé que la mitad de mis amigos nunca han salido del área Tijuana-San Diego, bueno, los que pueden cruzar porque otros nomás en Tijuana se la han llevado, así que pensé que la apreciación que ellos tenían no era la correcta pero había una justificación, así que les dije que más bien era que a la primera oportunidad nos gustaba escaparnos de la realidad del país, después el tema se comenzó a desviar un poco al de política económica y ante las pocas palabras que mis nuevos amigos vertían al respecto, preferí cambiar de conversación. Les pregunté a donde más habían ido y me dijeron que hasta el centro y al castillo, pero que estaba muy lejos y que irse a pie tomaba mucho tiempo. Por la forma en que lo dijeron supuse que no eran muy aventados, que eran lentos para andar y demasiado temerosos. No sé porque sentí eso, a lo mejor ellos son los sanos y yo soy el que no está muy cuerdo. Poco después de terminar de desayunar me despedí, les deseé suerte y me dispuse a iniciar con mi paseo por Praga.

Cuando salí del hostal, me dirigí de nuevo rumbo al río, caminé un rato junto a él y pronto pude ver el castillo que se encuentra sobre una de las colinas de la ciudad; entonces me encaminé hacia allá, tomé una de las calles que se miraban subir hacia esa colina. Conforme iba subiendo, vi como el camino serpenteaba hacia la derecha y la banqueta iba cuesta arriba al lado de una larga fila de carros y autobuses retacados de turistas. Volteé a ver el paisaje a mis espaldas y me sorprendí al ver aquel panorama ante mis ojos. Fue precioso descubrir un puente tras otro sobre el río y en ambos lados de éste, una cantidad apenas creíble de torres y palacios. Arriba el aire estaba más frío y húmedo, de tal manera que comenzó a salir vapor de mi boca al respirar. Por lo que veía, aquel también sería un día idóneo para el turismo, el tranvía lucía repleto. ¡Qué gusto que adoro caminar!
Atravieso un pequeño puente y después paso frente al edificio del Ministerio de Defensa Checo, un edificio bastante respetable; después llego al final de una barda, entonces, frente a mí, veo la imagen del castillo, tan sólo hay que cruzar un pequeño puente para estar en él. Atravieso ese segundo puente y un área de bellos jardines y plazas con fuentes y llego hasta otra área abierta, ahí está la entrada del Castillo del Rey, que es muy bonita, con dos grandes banderas checas ondeando a cada lado. Pero está atestada, la fila es tan larga que sin pensarlo lo doy por descartado. Estoy aquí sólo por el fin de semana y no me puedo dar el lujo de invertir tanto tiempo en una sola cosa. Deambulo entonces por los alrededores, veo tantas cosas bellas, entre edificios y detalles que me siento hipnotizado, las imágenes de tantos edificios tan bien hechos y ordenados no me deja ni pensar; voy saltando entre estilos y acabados hasta que me topo con una joya de la arquitectura checa: la Iglesia de Loreta. La había visto en un mapa pero no creí que llegaría hasta ella, ahora está frente de mí y no me podría ir sin visitarla.

domingo, marzo 25, 2007

Reencuentro

Fueron siete los años de paciente espera, de noches sin sueño, de noches en vela;
Hoy llegarás me lo has avisado, no puedo creerlo: por fin volverás.
Cuando habrás la puerta te daré un beso, cuando estés en mis brazos te querré aún más;
Porque si has regresado es porque aún recuerdas, que mis besos son tuyos y que siempre así será.

La historia de mi vecino

(Primer borrador)

Lo conocí hace tres años, cuando nos mudamos a esta colonia popular. Nosotros nunca hemos sido de dinero ni nada parecido, por eso acostumbrarnos a este barrio de perros callejeros y bocinas que retumban no fue algo difícil de superar. Sin embargo, lo que ya no podemos tolerar es a nuestro vecino, quien a pesar de ser amable y respetuoso tiene un defecto que es difícil soportar.
Lo que pasa es que cada vez que toma, que es casi a diario, se pone a llorar, dice que la culpa es de su destino y que nunca se lo va a perdonar. No sé ya que pensar, ya esta viejo y no creo que vaya a cambiar; el problema es que vive al lado, compartimos una pared de nuestra casa, por la que se filtran todos los sonidos que nacen en su cuarto, como sus llantos por las noches, cuando nosotros queremos descansar.
A veces creo comprenderlo pues su historia si es especial. Dice que cuando era joven y recién se había casado, leyó un reporte sobre las fallas geológicas en el Estado. En él descubrió que se corría un grave peligro de temblores, por lo que decidió irse con su felicidad a otro lado. Dice que llegó a la capital, en busca de una propuesta de trabajo, se acomodó y vivió allá algunos años. Trabajaba contento, con su esposa y un pequeño niño que el destino les había dado. Al recorrer la capital, descubrieron su interesante pasado, pues paseos al museo y a las pirámides realizaron, hasta que un día llegó el temblor y todo su mundo se vino abajo. Perdió a su esposa y a su niño, ellos terminaron sepultados.
Al trabajo no volvió, tenía el ánimo destrozado. Entonces decidió enfrentar a su destino y regresó a su ciudad natal, donde no le fue difícil encontrar otra vez trabajo, pero ya fue nunca el mismo, para el la vida no tiene sentido y se siente decepcionado.
A mi se me hace que se quiere suicidar pero le falta valor y no sabe que hacer con sus penas y pecados. Si se muere descansaríamos todos y ese cabrón serviría de algo, pues todos aprenderíamos que al miedo, más vale tenerlo controlado.

Versos americanos

Con apodo retocado y algo descansado,
El Poeta Desatado, hoy ha regresado:


Vengo a traer unos versos chafas / que Jimmy Hendrix ha inspirado,
Al andar trabajando en el jardín / mientras él cantaba al lado.

No vengo a hablar por los Estados Unidos, sólo vengo a decir la verdad, pues no me parece coherente que por ahí ande gente hablando de los gabachos mientras dólares desean del banco sacar.

Algunos sueñan con el socialismo puro instaurar cuando en los Estados Unidos la gente tiene más beneficios sociales de los que uno pueda soñar; nomás pregunta por las madres solteras y los desempleados, entonces descubrirás, que lo que mueve a algunos es puro ardor, nada más.

Hay que ver mejor lo bueno que han logrado,
ahí esta National Geographic y toda la música que han creado,
hasta el Buena Vista Social Club, cubano, pasó por ese lado.

Otros muchos se la pasan criticando a los americanos y su sistema, pero ganan dinero trabajando con computadoras y en una red súper moderna. ¿Por qué mejor no nos abrazamos americanos, mexicanos y todos los humanos? Para ser felices un momento y si nos gusta…le continuamos.

Ajuste:

Desde hace unos días lo he estado pensando y he llegado a una conclusión, el poeta desterrado cambiará de nombre, seguirá siendo un portavoz de ideas y pensamientos pero no con el nombre de “desterrado”, porque creo que esa es una palabra muy fuerte, pesada, que arrastra, que necesariamente implica a un tercero aplicando el castigo, no tanto como yo lo quería ver respecto a la distancia entre el y la tierra en que vive. El destierro es el resultado de un pecado cometido, algo que no recae sobre este personaje, ni encaja con su propósito de ser libre, de ir y venir opinando. Con ese nombre lo siento perseguido o escapando. En vista de lo anterior, he decidido cambiarle el nombre y darle uno que no lo culpe ni castigue de antemano, uno con el que pueda seguir siendo libre, con el que pueda elevarse pero también estar aquí, entre nosotros. Porque ama esta tierra y siempre quiere volver a ella. Por eso a partir de ahora será “El Poeta Desatado”.

Creo que ese en un nombre apropiado; así, al no tener ataduras, podrá seguir con sus locuras. Será un personaje desencadenado, libre de una tierra o alguna filosofía y de las cosas de esas a las que haya que seguir sin poder el mismo decidir.
Podrá ser el que siempre quise ser: un ser que sienta, piense y juzgue, un ser que viva dentro de mí y que a veces no me deje dormir al contarme cosas simples. ¿Y por qué no? También algunas tristes.

martes, marzo 20, 2007

Voy a morir joven

A veces lo he querido, otras lo he soñado. Incluso ha habido ocasiones en que, según yo, lo he presentido. Sobre todo cuando alguien cercano muere, que es cuando me preocupo pues sé que la muerte nunca viene sólo por uno. Cuando era adolescente, desesperado por la mediocridad que me rodeaba, pensé en el suicidio muchas veces y después de algunos años, de vez en cuando, la idea aún se asoma a mi mente, más como un hábito que por pensar concretarlo. Aunque dicen: es mejor quemarse que apagarse, yo he aprendido que la vida tiene mucho que dar, mucho más de lo que uno se pueda imaginar y aunque por el momento no deseo pensar en un final así, no sé, a lo mejor algún día lo puedo llegar a reconsiderar.
Muchas veces me he puesto en peligro, a pesar de ello creo que cada quien tiene su destino trazado y cuando a uno no le toca, no hay nada que hacer, en esas cosas simplemente no se manda; por eso ahora a los riegos los tomo con calma, de todos modos, sé que voy a morir joven, porque lo he soñado, sentido y, algunas veces, hasta presentido.
Porque prefiero vivir poco tiempo intensamente que uno largo triste o aburrido; por que si no hago lo que quiero no creo que valga la pena seguir haciendo cosas que no me importa hacer. Porque ya he podido amar, servir y compartir; porque en la vida son pocas cosas buenas las que no he vivido. Porque no quiero vivir pensando en el que hubiera sido, sino por lo que me ha ocurrido continuar.
A veces me pongo a pensar que he muerto y, en verdad, que me siento tranquilo y mucho muy agradecido con la oportunidad que se me dio. Por las cosas que se me permitió hacer y por no tener nada de que arrepentirme es por lo que más gracias doy. Pero, como en verdad estoy vivo, entonces le sigo, haciendo lo mejor que puedo con el tiempo que me han dado sin pedirlo. Por haberme dejado nacer en un lugar no elegido y aceptar abiertamente que pudo haber sido peor. En donde a dar las gracias, por lo menos, me tocó aprender.
Por lo pronto vivo intensamente, aprovechando cada cosa, cada oportunidad. Porque no importa si voy a morir joven, ni cuando esto suceda; puede ser hoy, puede ser mañana o dentro de cincuenta y siete años, por dar un número, en verdad es lo de menos, al fin de cuentas, la juventud es un estado mental. Y ahora que he escuchado que Picasso decía que lleva tiempo ser joven, puedo decir abiertamente que comparto su opinión.

sábado, marzo 17, 2007

De lo que quiero escribir

Una de las cosas sobre la que siempre he querido escribir es sobre Baja California, esta tierra mía de multifacéticos paisajes; he buscado capturar con mi pensamiento, y también con mi pluma, la esencia del desierto, de sus montañas y de su mar; creo estar cerca de conseguirlo, o por lo menos, siento que cada vez me falta menos. Por lo pronto ya la comienzo a conocer, la he atravesado de lado a lado: desde el Pacífico hasta el golfo, por caminos de terracería, o por la sinuosa carretera transpeninsular, de norte a sur; he subido a los picos de sus sierras desde donde he visto, con ojos de niño, los cielos más estrellados de mi vida, donde he sentido el frío de la nieve y del granizo. He navegado pacientemente por su Mar Bermejo, esperando el amanecer para ver aparecer a la península frente a mí. He sentido los vientos de Santana con mis labios partidos y también las frías corrientes del pacífico. He visto ballenas a cinco metros de mi bote y delfines cada mañana que me acercado a pescar a la orilla del mar; he visto tantas cosas en esta mi tierra, que sería imposible para mí no profesarle un gran amor. Y a pesar que he sentido en la piel todo lo que esta tierra me ha querido transmitir, he descubierto, una y otra vez, que aún hay más por conocer.

Así lo sentí una vez más hace unos días, cuando Rafael, Leo y yo, emprendimos una aventura inolvidable, que nos llevó desde las afueras de la ciudad, hasta las montañas de rocas y pinos que conforman la Sierra de Juárez. Fue una aventura que inicio un día lunes y termino el siguiente sábado, seis días en que recorrimos poco más de trescientos kilómetros a caballo. Atravesando lugares que hacia años no miraba y otros que simplemente no sabía que existían. Recuerdo muy bien sus nombres y no creo que nunca los vaya a olvidar, pues desde el lomo de mi caballo los vi venir lentamente, tal vez ¡muy lentamente! tanto así que los puedo nombrar sin ninguna dificultad a casi todos: Santo Domingo, que tiene una cuesta de piedras sueltas; Valle de las Palmas, donde dormimos cansados; Neji, con su valle lleno de borregos pastando; El Compadre, donde nos calentó el tequila; La Huerta, donde dormimos en una caballeriza; Ojos Negros, donde desconfiamos de todos; Sierra Blanca, donde nos perdimos en un laberinto de rocas y encinos; Necua, donde nos hablaron los indios; Valle de Guadalupe, donde por jugo de uva se nos hizo agua la boca y Santa Rosa, de donde no me quiero acordar, por haber llegado ahí sin poder caminar; esos, entre ranchos y poblados, son lugares que vimos desde nuestras monturas. Al paso de los caballos, con los cascos de sus patas impulsándonos arriba y abajo; comiendo carne seca y café negro y sin azúcar en nuestros altos.
Desde el caballo blanco que yo llevaba conté y escuche anécdotas, como las que Rafael iba contándonos desde yegua pinta o las que Leo recordaba mientras montaba
sobre un alazán cara blanca. También cantamos, silbamos y contamos chistes, fue un convivio campirano. Además, llevábamos un cuarto caballo, un rocío, algo viejo, pero muy importante entonces, pues cargaba los abastecimientos y mochilas para toda la semana. Avanzamos a paso regular, entre montañas, cerros o valles, hasta que nos caía la noche o hasta que nos daban posada en algún rancho junto al camino. Yo, al igual que los otros dos, llevaba puestas unas chaparreras que me hacían estorbo al inicio del recorrido, pero al segundo día agradecí haberlas llevado: nos cayó una lluvia que terminó en nieve y, entonces, todos los árboles escurrieron agua que de otra forma me hubiese empapado. Atravesamos largos trechos en despoblado y también campos llenos de boñigas, donde habían muerto vacas por la seca y los cercos estaban tirados, arrastrados por el viento. Luego, en los arroyos vimos el agua corriendo, haciendo un delicioso sonido al chocar contra las piedras, emanando frescura entre las sombras de los árboles. Los pinos fueron testigos de nuestro paso, llenaron de aire fresco nuestros pulmones y nos acompañaron por largo rato, al final, hasta nos dolió la despedida, no sabemos cuando los volveremos a ver, pero por lo menos sabemos que cuando vayamos de nuevo, estarán ahí, esperando vernos pasar y tal vez, quedarnos un poco más. También pasamos a lado de grandes extensiones de siembra, que desde lejos se miraban como pequeños cuadritos de distintos tonos en verde pero que cuando los quisimos atravesar, parecía como si nunca fuesemos a terminar de cruzarlos. A veces parecía
desgastante pero siempre valía la pena. Desde arriba de un caballo, con sombrero, espuelas y una soga al lado, aunque no parezca, el jinete se puede relajar, al concentrarse en el ruido de las bestias al andar e ir viendo las cosas aproximarse lentamente; aprende uno a observar y, sobre todo, a ser paciente. Es una terapia en la que se conjuga la naturaleza y la rudeza de la vida de campo, en la que se debe aprender a agarrarle el paso de los caballos pues, desde ahí, se tiene la certeza que tarde o temprano, cualquier lugar se puede alcanzar.
En nuestro camino nos topamos con muchos rancheros y fue de esos encuentros de donde comprendí que lo que hacíamos era algo especial. Todos se sorprendían al preguntarnos ¿A dónde van? A Rosarito ¿De donde vienen? De Rosarito; algunos nos decían que no conocían los lugares que nosotros acabábamos de ver o a donde queríamos ir, decían que una semana a caballo era mucho, que no íbamos a aguantar, que estábamos locos. ¡Pobres caballos! opinaban otros, y algunos nos daban consejos de cómo hacer esto u aquello, que si la chavinda, que si los guardaganados, que las veredas y los atajos. En fin, fue toda una experiencia digna de contar a nuestros nietos. Mientras recorríamos unos caminos desconocidos a abandonados sobre la llamada Sierra Blanca, yo iba recapacitando en todo aquel agreste terreno y al mirarlo tan inhóspito y lleno de peligros, sabiendo de sus tarántulas escondidas, de sus cascabeles agazapadas,
de sus barrancos sin fondo y viendo la oscuridad total en que esas montañas se sumergen por las noches me di cuenta de una cosa: Baja California es una tierra árida, donde parece que hay poca vida, donde por lo general sólo se oye el viento golpear contra las rocas, sin embargo, a lo largo de su historia muchos hombres la han querido y de ella se han enamorado. Esto no creo que solo ocurra porque es una tierra muy bella sino porque en ella muchos se han encontrado consigo mismos. Porque antes no se conocían y en el desierto se han dado cuenta de que están hechos. Porque estando ahí les pasa lo mismo que a los marinos en altamar, se dan cuenta de que son capaces de hacer lo que quieran sin una sociedad que este detrás, a la mano, velando por ellos y que sí lo han logrado hacer es porque algo deben valer.

De todo eso quiero escribir más a fondo, con más pasión, con todos los datos y detalles que tengo en la cabeza, antes de que se pierdan o que, por alguna causa, los olvide. Pero ahora no puedo, no me alcanza el tiempo, tengo que hacer muchas cosas importantes; una de ellas, conocer más a mi tierra, la península del desierto inhóspito, la de costas bravas, de montañas rocosas y elevadas, esa tierra que es la cara de México hacia el poniente y en los mapas. Esa tierra mexicana mía que es la Baja California.

La Ruta de los Sueños XXVI

En la República Checa, llegada a Holesovice

Justo en la frontera le pregunté a un oficial de la policía alemana acerca de la posibilidad de mi regreso, me preguntó de donde es mi pasaporte y al decirle que de México me ha dicho: kein problem! Es decir, no hay problema, lo cual me ha tranquilizado; ahora falta que los policías checos me dejen entrar a su país. Un oficial me dice algo que no entiendo, toma mi pasaporte, le pone un sello y me lo da. Al parecer no ha habido nada de que preocuparse con los oficiales checos. Acostumbrado a tratar con oficiales de inmigración americanos, estos no me parecen tan peligrosos -claro, ante aquellos si tengo mucho que perder-, sin embargo, desde el primer momento puedo ver que estos son mucho más celosos con su trabajo.
Como creo que nunca antes he escuchado hablar checo, pongo atención a los que escucho hablar diferente y, por supuesto, no me suena familiar ese lenguaje, es un idioma fuerte, que se siente pesado y aunque se oye fácil de entender, me han dicho que es un idioma muy difícil. Y ya lo creo, tan sólo de ver como se escribe, casi sin vocales en sus palabras, no logro imaginar como se lee.
Conforme el tren comienza a moverse lentamente después de pasar la frontera, los paisajes siguen mejorando. La vías del tren siguen corriendo junto al río Elba; en él veo un barco de bandera checa, esta república no tiene mares, pero por lo que veo, tiene uno de los ríos más bellos del mundo. Visnice es la primera ciudad de la república checa por donde pasa el tren, en ella los paisajes se ven igual de bonitos que en el sur de Alemania, pero las calles y construcciones se ven un poco decadentes. La vía sigue serpenteando al lado del bello río; en el segundo pueblo que cruzamos se unen otras vías y ahora hay trenes corriendo por ambos lados del río. La industria checa que se asienta en los márgenes del río se mueve en tren, camión y barco. Tienen todo para prosperar y se ve que lo aprovechan, ahora mismo estás construyendo todo una nueva vía del tren. Por las ventanas del tren voy viendo altas chimeneas de las industrias, son muchas, por momentos parece que este país es sólo un parque industrial.
Después de dos horas de viaje el tren llega a Praga, la capital de esta república centro europea, el clima es fresco a mi llegada. Camino hasta salirme de la estación de trenes de Holesovice, que esta del lado norte de la ciudad; rechazo todos los ofrecimientos de taxi, de hotel y otras cosas que no entendí, ya sobre la calle comienzo a ubicarme para poder encontrar la calle Argentinaska pero no es tan fácil. Sacó una pequeña brújula que siempre llevo conmigo para orientarme debidamente; con el norte asegurado, comienzo a caminar hacia donde debe de estar la calle que busco. Tan pronto caminé por un par de cuadras me percaté de que el ambiente de esa cuidad me resultaba familiar, me recordó a la ciudad de México o un poco a Tijuana, la razón, es que a diferencia de las calles alemanas, aquí todo luce desalineado, con grandes baches por las calles, con líneas de electricidad y teléfono colgando por todos lados, es decir, me sentí en confianza. Unas cuantas cuadras más y encontré el hostal donde pasaría el fin de semana. Me instalé y rápidamente salí a caminar un poco, me dirigí hacia las calles que se veían más transitadas. Me metí en un parque que después supe se trataba del parque más grande de la ciudad, luego caminé alrededor de una gran construcción de estilo entre bizantino y alemán; se trata de un gran salón donde se hacen eventos de todo tipo, que fue construido a principios del siglo XX para dar alojo a una gran exposición internacional. Alrededor de él se encuentran muchos restaurantes y como yo tenía hambre me metí a uno de ellos. Al acercarme al mostrador me quede mirando la lista de platillos que ofrecían, tratando de descifrar lo que en checo estaba escrito. Una linda muchacha se acercó y preguntó algo. Yo no entiendo checo, pero suele suceder que le pregunten a uno que desea o en que le puedo servir, por eso le pregunté si hablaba inglés, desconcertada ella me dijo que un poco, pero supe que tan poco que no me había entendido. De entre los comensales, preguntó si alguien hablaba inglés, uno de ellos hablaba un poco, se acercó y nos ayudo a traducir. Me fue explicando uno a uno lo que había en la lista de platillos, entre ellos uno de comida mexicana -claro que no había ido hasta el centro de Europa a comer un platillo de mi tierra- y, al llegar al quinto platillo, le dije que ese era el que quería. También pedí una cerveza. Rápidamente mi comida estuvo lista, se trataba de un Svikova, que consistía en un trozo de carne de res cocida y bañada con una salsa que creo es a base de papa, con sabor un poco dulce, muy deliciosa que era acompañada con cinco rebanadas de un pan blando que más bien parecía migajón. Lo que en verdad fue lo mejor fue la cerveza Budweiser, pero no era una Budweiser cualquiera, era una Budweiser Budwar que es la parte de la compañía que no emigró a los Estados Unidos cuando se dividió en el siglo XIX. Como todos sabemos la Budweiser americana vale pura madre, es desabrida, casi pura agua, insípida, lo cual no pasa con esta Budweiser checa, que es rica, con cuerpo y con un sabor que perdura en el paladar y aún mejor, contiene 13% de alcohol, lo cual la hace perfecta. Es la mejor cerveza que he tomado en mi vida, mejor incluso que las buenas cervazas alemanas.
Cuando terminé de comer tuve un pequeño problema: quise dejar propina pero no conocía las monedas. En estas se veía escrita una cantidad y antes puestas unas letras. Por ejemplo, había unas que decían Kc40 y otras simplemente 5 o 1 con una corona dibujada bajo el número, pensé que las que tenían grabadas las letras Kc, por ser más chicas, serían los centavos. No quise preguntar porque obviamente era
inapropiado preguntar por cuanta propina dejar, además ¿Cómo explicárselo a una chica checa? Así que le dejé a la mesera un montón de monedas que yo creí eran muchos centavos, pero al regresar a A&O, el hostal donde me hospedaba, le pregunté a la recepcionista acerca del valor de las monedas y me dijo que todas eran coronas, no centavos. Entonces comprendí que había dejado a la mesera casi lo mismo que me costó la comida. Al siguiente día regresaría a comer de nuevo y hacer rendir esa propina.

martes, marzo 06, 2007

Mi poema

Sí poemas son todos los pensamientos que dicen cosas bonitas, entonces este es el mio.-
Para acabar con tanto abuso yo propongo una cosa:
Que nadie pueda tener más de lo que ocupa en su casa.
Que todos los excesos los manden a un fondo en el que su inversión se capitalice en más ofertas de trabajo y comida para los desempleados;
Por que es importante que se respete el trabajo y tenga mejores derechos el que más haga para ganarlos;
Donde los que hagan puntos suficientes puedan dedicarse a recrear y entre más puntos hagan más cosas con medida puedan disfrutar;
Pero que no haya millonarios, ni ricos mal gastados; que cuando alguien quiera dinero para comprar debe ser para que se gaste en algo bueno y necesario o en alguna empresa que haga ir los fondos en aumento.
Por que en el mundo no hacen falta alimentos, ni casas, ni trabajo, lo único que hace falta es voluntad para no acapararlos.

La Ruta de los sueños XXV

Europa del Este

Hace unos minutos, sin haberlo planeado a conciencia, he iniciado una aventura más, que no sé que tan interesante vaya a resultar, pero el destino promete serlo. A consecuencia de que mi novia tenía un compromiso de trabajo todo el fin de semana que la obligó a ir hacia el norte y a alejarse de mí, decidí viajar un poco y opté por ir al sur; de entre todos los destinos que estaban a mi alcance me decidí por ir a la Europa del este, a uno de los países que se encontraban tras la llamada cortina de hierro, a una república que antes fue comunista, a la República Checa y lógicamente, a su capital: Praga, una de las ciudades más bellas del mundo. En verdad yo quería ir a Polonia, pero cualquier ciudad de regular tamaño en ese país me quedaba mucho más lejos que Praga y ni se diga su capital. Por eso elegí finalmente viajar hacia el sureste; para ello, adquirí un boleto para viajar en el ICE, que es el tren más rápido que tiene Alemania.
Me tocó tomarlo en Leipzig, lugar donde esperé cuarenta minutos entre el trasbordo; esa ciudad tiene una de las centrales de trenes más bellas de entre en las que yo he estado en mi vida, es grandísima y muy bella por dentro y por fuera, con sobrado espacio y un centro comercial de dos pisos en su interior, estupendamente funcional. Con tantas tiendas no son pocos los viajeros que ahí salen de sus apuros o hasta para matar el tiempo de espera, además, seguramente con el movimiento de capital se ayuda a mantener las instalaciones en buen estado.
Descubrí que se trata de un viejo edificio, que muy probablemente fue remodelado hace poco, pero que originalmente fue construido en 1909; tiene un recibidor tan grande y tan alto, que aparentemente lo hicieron sin sentido de utilidad, sólo para hacerlo imponente. De cualquier manera es bello y, además, tan moderno que impresiona a cualquiera.


El tren en el que llegué pasó por la ciudad de Halle, donde sólo bajaron y subieron dos o tres personas, durante todo el recorrido el paisaje no cambió, se veían sólo planicies, ninguna loma lejos o cerca, sólo llano. Cuando entró a Leipzig se veían a lo lejos bellos y modernos edificios, altos e imponentes, seguramente están en el centro de la ciudad. Tan pronto entramos en la ciudad pasó lo mismo que en todos los trenes que me he subido en mi vida: siempre parecen llegar por un lugar donde la ciudad nos da la espalda. Nunca de frente ni por lugares bonitos. Siempre entre almacenes, depósitos y centros de reciclaje.

Cuando por fin mi tren sale de Leipzig, comienzo a ver que en cualquier dirección hay paisajes dignos de fotografiar, tanto así que creo comprender a los japoneses con sus cámaras, flasheando en todas direcciones. Esto es increíble. Los verdes del paisaje transitan por todos lados y en todos los tonos imaginables, cada techo rojo, cada iglesia, cada granja aquí constituye una imagen de postal. Los árboles se ven intensamente verdes y resplandecientes, seguramente se debe a que tienen mucha agua de los ríos y de la lluvia y que ésta última, les lava sus hojas varias veces a la semana. Pero al observar con detenimiento y apreciar las rectas líneas que forman y las exactas distancias que hay entre uno y otro, descubro que es la mano del hombre la que les da esa vitalidad. Creo firmemente que la tierra le agradece a este pueblo que la trate bien, sólo así se explica porque después de tantos siglos de uso se mantiene tan vigorosa. Estamos ya pasando por Dresden y aquí el otoño ha pintado todo de amarillos y rojos tostados. Lo que veo por las ventanillas se asemeja al paisaje de un cuento.













El tren se mueve lentamente al acercarse a la frontera con la República Checa, el sur de Alemania es divino, ríos, montañas y cabañas pintorescas constituyen el paisaje, nunca había visto algo igual.













Todo aquí se ve casi perfecto. Poco después oficiales de la Bundesstadtpolizei alemana me piden que les muestre mi pasaporte, lo hago y de pronto me surge una duda: ¿Podré regresar? Sé que los ciudadanos mexicanos que entran a Alemania pueden permanecer hasta tres meses sin necesidad de una visa, pero no pueden entrar hasta después de seis meses.

Espero que no me vayan a querer detener a mi regreso, en ese caso ¡Estoy en problemas!

¡Claro! Antes de venir investigué que los mexicanos podemos viajar por toda la Unión Europea sin necesidad de una visa y que la República Checa es también parte de la Unión Europea, sin embargo, al recordar el detalle del periodo de seis meses para poder reingresar me surgió la duda.
Veré que puedo investigar al respecto.

La Ruta de los sueños XXIV

Clases de Dibujo en la Fuerwache

En la siguiente clase de dibujo presenté el trabajo que me habían encargado: el dibujo de la calabaza, ejercicio me pareció bastante difícil pues la calabaza en cuestión no tenía forma ni manera de hallársela. Afortunadamente al maestro le gustó el resultado más que a mí y me dijo que ahora me iba a poner a hacer algunos ejercicios en acuarela. Yo encantado los hice, aunque desafortunadamente no salió nada que valiese la pena, más bien salieron algunos dibujos que me daban pena; el maestro dijo que era normal que al principio no se conociera la técnica y que la pintura de agua era lo más difícil, así que me dejó la tarea de hacer un dibujo o boceto con un paisaje o dibujo de mi lugar de origen. Con él me enseñaría a utilizar el acrílico en la próxima clase. Dibujé entonces un boceto en el que una mujer, un niño y un burro caminaban sobre un camino polvoriento, regresando con mucho mandado desde otro pueblo que en perspectiva se veía a lo lejos y dirigiéndose hacia unas chozas en el extremo izquierdo. El niño llevaba sombrero de paja y pantalones blancos; la madre iba con vestido de colores, predominando el rosa y el burro iba cargado. El cerro por donde cruzaba el camino era una pequeña montaña pelona, nomás de tierra y piedras, sólo dos árboles en la punta. La novedad para mi era que el cielo lo pinté de verde, los árboles en rojo y las lomas naranjas. Según yo, de esta manera representaba a México: con los colores representaba lo surrealista del país donde he nacido; con los personajes del dibujo caminando sobre un camino reseco y trayendo su mandado quise interpretar lo dura que puede ser la vida en él; y, con las lomas llenas de color quise describir que en México si hay porvenir, pero está lejos del alcance de muchos. Bueno, queda claro que quise hacer mucho y ahí estuvo mi error, un principiante como yo debe ir avanzando poco a poco, con ejercicios sencillos cada vez más complejos hasta sentirse seguro de hacer cualquier cosa. De poco sirvió una majestuosa composición que a todos les gustó sí prácticamente la arruiné al aplicarle los colores. No quedo del todo mal, pero en conjunto, salvo algunos detalles, no valía la pena para mostrarla. Lo bueno es que estoy aprendiendo muchas cosas. Lo mejor es que en la clase siguiente el maestro nos mostraría como se hacen los grabados e íbamos a hacer algunos para aprender. Eso sonaba bien, sobre todo porque yo tenía preparada una sorpresa para llevarla al taller, no cabe duda, cuando a uno le toca…