viernes, enero 05, 2007

La Ruta de los Sueños XV

De paseo por los Harz
Alrededor de las nueve de la mañana del día siguiente salimos rumbo a Nordhausen de nuevo, el plan era ir a la estación de trenes y tomar el tren de vapor que corre entre esa ciudad y las montañas de los Harz, que son una cadena montañosa cubierta de bosques que constituyen la parte más alta de Saxon-Anhalt, como había nevado dos días antes, la nieve aún se conservaba en buen estado y tardaría uno o dos días más en derretirse y en el paisaje aún dominaba el color blanco.



Casi media hora más tarde nos encontrábamos frente a una vieja máquina de vapor de la cual salían grandes cantidades de humo ya que su funcionamiento es posible gracias al carbón que calienta la caldera donde a la vez se calienta el agua de la cual se aprovecha el vapor que genera para hacerlo pasar por unas válvulas que utilizan la presión del vapor para impulsar el tren.

Así como se oye de complicado así mismo lo fue para mí entender que era lo que mis ojos veían; después de unos minutos hubo que abordar los vagones y aquella curiosa mole de metal, tubos y válvulas comenzó a movernos, el humo era abundante y el vapor lo cubría casi todo, aparte los vidrios estaban cubiertos de hielo por lo que la mejor manera de apreciar el panorama era pararse en la escotilla, entre los vagones y desde ahí ir viendo como nuestra pintoresca locomotora nos conducía hacía las montañas.
Cuando comenzó a moverse todo fue emoción pues me hizo sentirme que estaba a bordo de uno de los trenecitos navideños que tantas veces he visto con ilusión pero claro, de la fantasía a la realidad hay mucha diferencia, y pronto me comencé a dar cuenta de eso ya que primero para ganar velocidad el tren tuvo que hacer tanto esfuerzo que lleno el horizonte de bocanadas de humo y vapor mezclados que no dejaban ver panorama, ni horizonte ni nada más que una mancha de humo que pasaba a gran velocidad frente a nuestros ojos, luego, cuando el tren ya había ganado cierto impulso y el hielo comenzaba a disminuir, una lluvia de hielo comenzó a caer sobre nosotros debido a que el aire estaba tirando todo lo que había amanecido sobre el techo de los vagones o colgado de las ventanas, fueron momentos en que no sabía muy bien que hacer: no veía nada y me estaba mojando tal vez inútilmente, y hasta arriesgando la cámara fotográfica, afortunadamente, pronto la pequeña tempestad cedió y los que aguantamos vimos recompensado nuestro esfuerzo. Ahora el tren se iba abriendo paso sobre colinas y pueblos dignos de estar en el mejor paisaje de acuarela. Luego fue ganando altura poco a poco, entre pinos y montañas cada vez más pronunciadas y el tren comenzó a echar más y más humo.



Entonces dio vueltas siguiendo una serpenteante vía cubierta de hielo que como se estaba derritiendo enfriaba todo el aire por lo que los que íbamos afuera de los vagones debíamos ir bien cubiertos. Así pasamos por muchas estaciones que están entre las montañas, en cada una de las cuales bajaban y subían pasajeros, hasta que llegamos a nuestro destino, una estación llamada Sophienhof, ahí nos bajamos y nos quedamos unos minutos como hipnotizados, viendo aquella máquina avanzar montaña arriba, emitiendo el fuerte ruido del vapor al escapar y una bocanada de humo negro del carbón que se quedo en el aire mucho tiempo después de que el tren desapareció y que nosotros nos metimos entre los pinos, en busca del pueblito a donde queríamos ir a comer.
Caminamos por una pronunciada montaña y alrededor de quinientos metros arriba encontramos la pequeña villa, conformada de unas cuarenta casas, dos de las cuales son restaurantes que atienden a los turistas que, como nosotros vienen de paseo en el tren. En la casa-restaurante que nos metimos se especializan en carne de cabra y para sorpresa nuestra, al asomarnos por una ventana se podía ver el establo donde estos comían su pastura. Ahí los cocineros no batallan para adquirir la carne para el menú pues no tienen más que escoger el siguiente caprino, que seguramente es el que se portó mal.



Poco después me saboreaba un jugoso platillo hecho con una carne blanda y jugosa, que se acompañaba de dos grandes albóndigas de harina y un poco de ensalada.
Después de eso regresamos rumbo a la estación del tren, a través de un camino cubierto de hielo y con charcos congelados. Mientras a lo lejos se escuchaban los silbidos del tren que se aproximaba.
En la estación yo esperaba que el tren llegara haciendo un gran ruido pero, sin embargo, llegó sigiloso, casi deslizándose y con razón, a aquel pesado monstruo de bajada lo que hace falta es frenarlo, por eso no necesita del motor para regresar. Aquella mole se paro justo frente de nosotros y nosotros lo abordamos de prisa para situarnos de nuevo en la escotilla para desde ahí poder ver el bello paisaje alrededor; pinos, nieve y un tren deslizándose montaña abajo fueron en conjunto algo increíble, ni habiéndolo planeado sale tan bien.



En una estación ya casi al bajar la colina el tren se detuvo y nos dejó alejándose de prisa, seguiría llevando turistas colina arriba, regalando memorias y momentos mágicos mientras nosotros regresamos a Nordhausen, a bordo de un tren más moderno, más cómodo pero igualmente aburrido, la aventura por ahora había terminado.

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