martes, junio 13, 2006

Sentidos

El oído, como el gusto, también es un sentido. Todos sabemos esto y todos sabemos que al gusto para no aburrirlo hay que cambiarle de sabores, hay que aderezar las comidas para que permanezca complacido y para que no nos duela comer. Sabemos también que si comemos mucho de algo, aunque nos guste, terminará por enfadarnos, de no sabernos a nada y, al final, estaremos asqueados de su sabor. Algo así me pasó una vez cuando andaba por la Sierra de Sinaloa, trabajando, de aventurero o que sé yo, pero allá estaba, bien refundido entre montañas inalcanzables. Sin nombre para mí, aunque los rancheros se las sabían de todas; recuerdo que en una ocasión, como en muchas otras, en el grupo al que pertenecía nos quedamos sin comida y, entre las pocas cosas que teníamos para comer figuraban una bolsota de galletas de animalito. No nos quedó mas que comer galletas de animalito en la mañana, galletas de animalito en la tarde y galletas de animalito al anochecer. A veces, durante la noche se despertaba uno con hambre y se comía ¡Claro está! ¡Galletas de animalito! Ya no se fijaba uno si le había tocado el león, la jirafa o el camello, lo que importaba ahí era quitarse el hambre. Gracias a Dios nadie murió por ello, ni por hambre tampoco, pero desde entonces no me quedaron ganas de comer las dichosas galletas esas de nuevo. No puedo negar que no lo he intentado una que otra vez para ver si ya se me borró el recuerdo pero al probarlas lo único que he conseguido es que me de asco e, inevitablemente, ganas de vomitar.
Ahora me esta pasando algo en otro sentido y con otro de mis sentidos. Resulta que siempre me ha gustado estar al tanto de la política de mi país; de saber quien nos gobierna y saber que hace. Principalmente motivado por la frase aquella, dicha por algún personaje relacionado con la vida política nacional: “A falta de los mejores llegan los peores” refiriéndose a los que ocupan puestos públicos, nunca se me ha olvidado desde que la leí hace varios años, a pesar de ser entonces casi un niño, se me quedó grabada, aunque ya no recuerdo quién la dijo. Por ello es que me he pasado una cantidad considerable de horas viendo noticieros, leyendo periódicos y, de vez en cuando, siguiendo debates. Pero ahora, poco a poco me he ido dando cuenta de que mis oídos me piden que deje de hacerlo, siento que siempre escucho lo mismo, que la clase política nunca va a cambiar y nada se puede hacer, salvo, si se quiere ser parte de la realidad, unirse al sistema. Ya me estoy cansando y no sé que hacer para evitarlo. Lo que si sé es que no quiero terminar asqueándome; tal vez los deje por un tiempo y así, tal vez en el futuro, dentro de seis años quizás, los vuelva a soportar.

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