miércoles, abril 11, 2007

La Ruta de los Sueños XXIX


La Catedral de San Vito

Al salir de la iglesia de Loreta intenté caminar un poco más arriba de la colina, sin embargo, pronto desistí de ello, había en esa zona tanta belleza arquitectónica en cada edificio, en cada rincón, que imaginé que probablemente podría pasar semanas enteras sin terminar de apreciar todo lo que ahí había para mirar; por ello opté por regresar sobre mis pasos rumbo al castillo.
Hacía entonces tanto frío que estaba a punto de comenzar a temblar, el suéter que antes me había parecido demasiado caliente estaba resultando sumamente vulnerable al aire helado de la montaña.
Rodeé una fuente, crucé un pasadizo que se encuentra entre los edificios que rodean el castillo, mismos que son el palacio de gobierno de la república y, al salir al otro lado, me encontré de lleno con las enormes puertas del castillo y una gran cantidad de turistas que lo admiraban.
Al igual que ellos, yo me detuve para apreciar aquellas paredes donde había cualquier cantidad de figuras y arreglos ornamentales de estilizados diseños, en cantidad tal, que no cabían en mis ojos.
Tampoco aquella joya cabía en las lentes de las cámaras y por más que uno pretendiera abarcar, siempre algo se quedaba fuera de foco. Di dos vueltas al castillo, admirando todos los detalles posibles a cada paso que daba.

A veces, sentía que las edificaciones que se encuentran alrededor trataban de llamar mi atención, sin embargo, sabía que si despegaba la vista del castillo mientras caminaba rodeándolo, inevitablemente podría perderme de alguna maravilla. Cuando me sentí seguro de no olvidar lo que ya había mirado, me introduje en aquel precioso recinto que es la Catedral de San Vito.
















Al entrar observé que el cielo de la catedral estaba extremadamente alto y desde dentro, con las largas y altas paredes de los lados, se sentía como si fuese el mismo cielo de la tierra. En las paredes vi unos vitrales grandísimos que contaban historias de otros tiempos, con obispos, reyes y caballeros como personajes.

Al salir del lugar me sentía fascinado, en mi vida había visto algo igual y ni en mi imaginación había incubado la idea de mirarlo algún día. En verdad que era asombroso ese castillo.

Comencé entonces a bajar la colina y lo hice a través de una de las escalinatas que llegan al castillo.
La que tomé me fue llevando a través de un precioso pasadizo que pasa frente a tiendas, bares y museos hasta llegar a una larga barda de piedra; al inicio de la barda se encuentra un pequeño mirador de donde se puede ver, desde lo alto, una preciosa vista de Praga.

Al ir bajando, desde la escalinata pude ver como la ciudad está dividida por el río y unida por una gran cantidad de puentes que lo atraviesan, ofreciendo a los paseantes una romántica visión. Después de bajar la escalinata caminé entre las calles de la zona oeste del río, me dejé llevar por las olas de turistas y éstos me llevaron a una zona donde se encontraban pequeñas calles que rebosaban de restaurantes, bares, cafés, pasadizos comerciales, tiendas de antigüedades y souvenirs de todo tipo, al fondo, frente a una pequeña plaza, miré un hermosa iglesia que decidí visitar. No fue algo fácil, ya entonces se me antojaba meterme en cualquiera de los restaurantes o cafés de alrededor. Tenía que decidirme entre ver más cultura o rendirme ante alguno de los deliciosos olores que circulaban por el aire.

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