martes, octubre 03, 2006

La burbuja de cristal

En la clase anterior, Martha Parada, nuestra coordinadora, guía y shaman, nos pidió que hiciéramos un ejercicio consistente en una pequeña canica que nos dio a cada uno de los asistentes. A mí me tocó una pequeña canica color azul, por ello inventé una pequeña historia que al final, como todo escrito me salió cargado de sentimientos personales que yo no pude identificar hasta que los demás lo hicieron por mí, comenzando por mi madre quien lloró al leerlo y de paso, me contagio de su sentir. Espero les guste lo que escribí y que titulé:

La burbuja de cristal
De pronto me encontré con algo sobre mi escritorio y, de golpe, mil recuerdos vinieron a mi mente. Pocas veces me detengo en este ritmo de vida que llevo y cuando lo hago, nunca es para reflexionar, si acaso, para tomarme una taza de café con algún amigo. Sin embargo, por fortuna existen cosas que logran hacer que ponga los pies en la tierra y me ponen a pensar sobre el pasado y a la vez sobre el futuro.
No recuerdo la hora pero fue un día por la tarde; caía el sol y algunos de sus rayos se colaban por entre las persianas blancas del cuarto del hospital donde mi padre convalecía después de una serie de ataques cardíacos que lo dejaron al borde de la muerte. El sabía que de esa no se iba a salvar y pidió que le trajeran algunas de sus pertenencias. Al poco rato nos fue llamando uno por uno a cada uno de sus hijos. Cuando me tocó a mí me dijo que las cosas estarían bien y que me agradecía que hubiese sido tan buen hijo –a pesar de todo pude haber sido peor-, luego me tomó la mano y me puso algo dentro y la cerró, me dijo que lo cuidara, que era un recuerdo de mi abuelo, que era lo único que le había sobrevivido. Yo sentí algo duro y resbaloso, nervioso como estaba por saber que mi padre se nos iba, me sudaban las manos y era aun más difícil saber lo que me había dado sin verlo. Salí del cuarto y por un rato no me animaba a ver que era. Pensé que podía ser una gema preciosa pero no creí que mi padre tuviera algo de valor después de todos los apuros que paso con sus enfermedades; tal vez el botón de algún saco fino. Después lo froté y froté hasta que ya no aguante más y lo ví.
Era una bella burbuja de vidrio, como una canica pero plana de un lado y con el centro azul cielo, me recuerda a los ojos de mi padre siempre que la veo. Sus ojos no eran azules sino grises pero con cierta ropa o en los días nublados se veían como el cielo azul. A veces la veo y pienso que es muy curioso que una pequeña piedra de cristal, tan insignificante en sí, tenga más valor que todas las demás cosas que yo pueda tener. Pero el valor no lo tiene esta piedra de vidrio, está dentro de ella, de donde salen los ojos azules de mi padre y todos sus recuerdos, las palabras de mi abuelo y toda la herencia que corre por mis venas.
Esas cosas son las que valen por todo lo demás en la vida.
Después, pongo las manos sobre mi escritorio y te contemplo y, sin pensarlo, treinta y ocho palabras salen de mi boca diciendo:

Pequeña burbuja de cristal que me recuerdas el origen de mi vida
Si pudiésemos regresar a aquel lugar y aquel momento
Sin duda te preferiría perdida
A cambio de ver a mi padre y decirle lo que por el siento.

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