martes, octubre 17, 2006

Oda a los usuarios de los taxis amarillos




Hace unos días dejaron de circular los taxis amarillos a Tijuana. Tal vez pronto serán historia. Yo, como escribo desde Rosarito, todavía me puedo dar el lujo de hablar en tiempo presente pues aquí aún siguen circulando esas guayinas amarillas que me llevaron cientos a lo mejor miles de veces a Tijuana. Alrededor de siete años trabajé allá, durante esos años tuve que ir a esa ciudad casi diario y aunque muchas veces lo hice en carro propio casi la mitad de esos viajes los realicé en taxi. A veces iba al centro, otras veces, a bordo de taxis verdes, hasta Otay. Se puede decir que soy un experto en el tema. Esos viajes nunca los hice feliz, siempre consideré al servicio como de lo peor que había usado en mi vida. Carros viejos y mal olientes la mayoría de las veces o, por el contrario, los había otros asquerosamente perfumados que era común que se mareara el pasaje, sobre todo los niños. Esto lo digo por experiencia propia, una vez yendo hacia el Centro, mi hermano, dos años menor que yo y, por ese entonces, de unos siete u ocho años se mareó a bordo del taxi y, sin avisar, se vomitó; salpicó el desayuno en todas direcciones. Mi madre, entre mil apuros, hizo lo que pudo, le tapó la boca pero lo que consiguió fue que algo, no se decir que era, saltara sobre la cabeza del conductor. Lo recuerdo y me muero de la risa, no, mejor dicho: ¡¡¡Me cago de la risa!!! Mi madre optó porque nos bajáramos y tomásemos otro taxi: no quiso esperar a ver que pasaba cuando el taxista descubriera lo que llevaba embarrado.

El que viaja en taxi sabe que siempre hay que ir apretujados y con el alma en un hilo. Los cinturones de seguridad, la obligatoriedad de su uso y las campañas al respecto son letra muerta a bordo de estos transportes de servicio público. Lo peor de todo es que los taxistas son unos idiotas, pues, salvo contadas excepciones, siempre llevan música a todo volumen. No importa si a mí me gusta la banda o los programas donde hacen bromas, lo que importa es que no respetan al público en general y lo obligan a escuchar todo tipo de barrabasadas que se termina con dolor de cabeza pues hay que oír los gustos del chofer con el alma en la mano mientras éste va jugando carreritas con otros taxistas.
Aún así la gente prefiere viajar en taxi pues llega más rápido a donde vaya. No importa si el taxi es más peligroso o contamina más. Yo pienso que si se sacrificara la velocidad con la que se viaja en taxi por la seguridad y comodidad de viajar en autobús con el tiempo seriamos más felices. Esto es un hecho porque nos haríamos más disciplinados y nos alcanzaría más el tiempo y, además, sería más probable que no muriéramos en un accidente.
No pocas veces traté de ponerme del lado de los taxistas. Trataba de comprender porque el servicio era tan malo y me preguntaba si podría ser peor. De hecho hace unos días, antes de que se les impidiera cubrir la ruta a Tijuana, viaje con uno y le pregunté algunas cosas al respecto. El taxista me contó lo difícil que es la vida al tratar de ganarsela como taxista. Me contó que por cada vuelta se gastaba 84 pesos de gasolina y que cobrando 14 pesos por persona es rara la vuelta en que le queda ganancia. Me dijo que a veces se venía lleno pero el regreso lo tiene que hacer vacío pues el tráfico de personas es en una dirección por la mañana y en otra por la tarde. Me dijo que lo normal era que le quedaran $100.00 pesos diarios entre semana. Me contó también que sí sobreviven es porque en los fines de semana es cuando se recupera y le quedan entonces entre $300.00 y $400.00 pesos. Además me contó que los gastos de ponchaduras y descomposturas del taxi corrían por su cuenta y el dueño sólo atendía estos si se trataba del motor o transmisión. Así que cualquier abolladura o raspón corría por su cuenta. Fue entonces, cuando la plática ya era entre amigos, que me contó que lo peor de todo era tener que lidiar con los policías porque son muy corruptos. Y rápidamente me contó dos historias de esas.
Primero me dijo que hacía unos días tuvo la suerte de que le cayeran unos gringos que le pidieron un especial a la línea. Les cobró $20.00 dólares e iba feliz pero al llegar al lugar donde los debía de bajar se encontró con que el lugar estaba lleno y optó por estacionarse unos metros adelante. Esa fue la peor opción pues apenas se habían bajado lo americanos lo abordo un oficial de tránsito. Éste no entendió la razón por la cual se estacionó afuera del área y quería que le diera $200.00 pesos a cambio de no hacerle la infracción, alegaron un rato y, al final, mejor optó porque le hiciera la infracción. Al siguiente día acudió a pagarla: fueron 5 salarios mínimos de multa, lo que viene siendo algo así como $245.00 pesos. Terminó perdiendo dinero.
Entonces yo le conté mi última experiencia con un policía (De la Calle a Sindicatura, consultable en este blog y publicada en su oportunidad en la sección Cartaz del Semanario Zeta). Luego, ya entrados, me contó otra anécdota pero que le paso a un amigo suyo. Me dijo que esta es una persona mayor, que emigró de los Estados Unidos a México para llevar una vida “más tranquila” y que un día, circulando por Tijuana, lo detuvo un (para variar) oficial de tránsito, dice que el señor le preguntó por que lo había detenido a lo que el oficial le contestó que por que el era la autoridad. El viejito este se enojó, no le quiso enseñar sus documentos hasta que le dijeran porque lo habían parado. El oficial lo amenazó con que lo iba a llevar ante el juez pero el viejito le dijo encantado ¡Vamos! Avanzaron dos cuadras y entonces el oficial de transito se detuvo, quería “negociar”. El viejecito se enojó aún más, le dijo que no, que se dejara de chingaderas, que ahora quería ir con el juez porque quería saber por que lo detuvieron y, para su sorpresa, ¡el policía salió huyendo! Esa es la realidad que vivimos.


Con el tiempo he dejado de pensar mal de los taxistas, pienso que no es tanto su culpa que el servicio este así, he llegado a pensar que más bien son el producto de una mafia de personas que mantienen ese servicio tan pésimo. Lo único que les importa es seguir explotando a sus viejas unidades, mal pagando a los chóferes y seguir así hasta donde la población se deje. Sólo buscan hacer dinero y entre menos inviertan en el servicio mejor para ellos. Al fin y al cabo ellos no viajan en taxi.

2 comentarios:

Aislinn dijo...

Yo empeze a viajar a TJ sola en taxi desde los 13 cuando tenia que ir al dentista. Luego la Prepa. Luego la uni. La verdad, si me gustaba, mas en esos dias calurosos de verano, porque me dormia agusto y siempre despertaba una cuadra antes de mi parada... si no es que el taxista me despertaba porque ya me tenian indentificada todos, jejeje

Juan-Jo dijo...

Pues mi experiencia fue diferente, cuando me llegue a quedar dormido siempre se me pasaba la bajada. Aparte que con eso de que bajan y suben es imposible dormir. A menos que seas sonanbula.