jueves, agosto 17, 2006

De la calle a Sindicatura

Lo que a continuación se puede leer, no es una historia de ficción, es algo que me paso en Tijuana, en donde, a pesar de los cambios de gobierno parece que todo sigue igual o tal vez se este empeorando, permítanme contar lo ocurrido:

El pasado 7 de agosto, al transitar sobre el Blvd. Cuauhtémoc, a la altura de la calle Junipero Serra, yendo hacia el aeropuerto cometí el error de circular demasiado cerca de un autobús y al pasarse éste una luz en rojo, yo también lo hice cometiendo así una infracción. Una cuadra adelante fui alcanzado por un oficial motociclista de la Policía Municipal, me detuvo y me pidió mis documentos, pronto me percaté de que algo raro estaba pasando pues comenzó a interrogarme de una forma tendenciosa, haciendo preguntas que nada tenían que ver con sus funciones o con la razón por la que me detuvo: “¿Qué si a donde iba?” “¿Qué si llevaba prisa?” “¿Qué cuanto iba a tardar?” “¿Qué si traía para pagar la multa?” como si estuviese tratando de “ablandarme”; Luego comenzó a lanzarme ligeras amenazas: “Que tendría que pagar diez salarios de multa” “Que me iba a tener que llevar con el juez calificador a pagar la infracción porque traía placas de Rosarito” “Que me iban a entretener un rato”. Leí en una placa que portaba en el pecho: Aguirre Güitrón, sus apellidos, ya molesto por la forma en que me trataba le dije al oficial que cumpliera con su deber y yo cumpliría con mi obligación. Fue entonces que vino lo peor, comenzó a alzarme la voz, a hablar golpeado, en pocas palabras me dijo cuanto quiso: “Que yo no era nadie para decirle que hacer” “Que yo no le servia para nada” “Que ahí se hacia lo que el quisiera”, entonces, con sus dedos empujó la gorra que llevaba puesta y después me dió varios empujones en el hombro al tiempo que me decía una y otra vez “Aquí no estas en Rosarito, eh!” Como pude me contuve para no hacer el problema más grande, a pesar de que me ordenó bajarme del vehículo y que me grito en la cara “Si quedaba claro que yo no le servia para nada” después de todo eso me dejo ir. Yo iba bastante molesto por el mal rato que me había hecho pasar y porque considero que es una barbaridad que a fuerzas les daba de ofrecer uno mordidas a policías corruptos; por ello me dirigí con el juez calificador en turno, me atendió el joven licenciado Manuel A. Jimenez, quien me calificó la infracción en dos y no diez salarios mínimos como me había dicho el regordete motociclista y me indicó en donde podía interponer una queja si esa era mi intención.
Me pareció apropiado dirigirme a las oficinas de Sindicatura en Palacio Municipal, pero una vez ahí lo que en principio fue una buena atención terminó en otro lío. Me canalizaron con una señorita licenciada de apellido Renteria, le planteé lo ocurrido y le manifesté mi deseo de hacer algo al respecto. Una queja, una inconformidad o lo que procediera; me manifestó que lo único que procedía era tomar mi comparecencia y después mandar un oficio al director de Seguridad Pública para que, en todo caso, le llamaran la atención al oficial o se le impusiera un correctivo disciplinario. La sorpresa me la llevé cuando le pedí me entregara una copia de mi comparecencia pues me dijo que esto no se podía, que éste era un asunto interno y que no podía dármela y que, en todo caso, este documento no tendría ningún valor legal (como si no fuese un acto de autoridad), cuando le manifesté que cómo era posible que no me pudieran dar una copia de mi comparecencia puesto que iba a estar incluso firmada por mi ¡no lo podía creer! Le manifesté que yo necesitaba tener certeza jurídica en que todo aquello tendría un fin adecuado, de que se había hecho algo. Entonces, sus compañeros opinaron que lo tenía que solicitar por escrito y todavía, para rematar la situación, me cuestionó cómo era posible que desconfiara de ellos si ahí todos eran “abogados titulados”, aún mas increíble de creer que tuvieran esa actitud. Total, la señorita licenciada creo se ofendió de que dudase de su capacidad y fue a traer a su jefa, quien de manera amable accedió a mi petición. Al final hasta me tuve que disculpar.
Finalmente, me citaron a las dos de la tarde del siguiente día para entregarme la copia. Después de media hora de espera salió la Srita. Renteria, me entregó mi copia e inmediatamente comprendí porque me había dicho que ese documento no tendría ninguna validez legal: ni sellos tenía. Tan pintorescos que me parecían los sellos rojos, tantos colgados en la pared desafiando las reglas de ortografía y el buen gusto, y a mí ni uno me tocó.
También comprendí entonces la actitud del regordete policía: se debe a que la gente permite que se le trate así y cuando a alguien se le ocurre hacer algo, no se le toma en serio. Por lo menos esa fue mi experiencia, mi triste experiencia de la triste realidad.

Texto publicado en la seccion de cartaz, numero 1691 del Semanario Zeta correspondiente a la semana del 25 al 31 de Agosto de 2006.

2 comentarios:

Claudia X dijo...

Todos son unos puercos. Snif.

Juan-Jo dijo...

Si, y lo peor es que parece que nada se puede hacer, cuando uno quiere hacer algo le aplican la llave Salinas: ni nos ven ni nos oyen.