Breve intervalo Navideño
Por razones de tiempo he decidido adelantarme un poco a los acontecimientos y entrar de lleno a la temporada navideña que en este país es especial, por eso comenzaré por decir que la temporada navideña es Alemania es la mejor del mundo y ya verán porque:
Por razones de tiempo he decidido adelantarme un poco a los acontecimientos y entrar de lleno a la temporada navideña que en este país es especial, por eso comenzaré por decir que la temporada navideña es Alemania es la mejor del mundo y ya verán porque:

Weihnachtsmarkt en Magdeburg
La temporada navideña para mí este año comenzó cuando mi novia, que es una chica de nombre Jeannette, a quien ya describiré más adelante ya que por ahora basta saber que es la dueña de mi corazón, me llevo al mercado navideño de Magdeburg, conocido aquí en Alemania como Weihnachtsmarkt. Llegamos poco después del anochecer y recorrimos el lugar buscando algo de comer; el piso estaba cubierto de paja y por donde quiera se miraban personas portando vestimentas medievales, algunos atendían los pequeños comercios de artesanías que estaban regados por todo el mercado, que son hechos de madera y de forma que evoca al medioevo, en ellos venden ropa confeccionada con lana de borrego: guantes, gorros, chamarras y hasta cobijas, también había de estambre y cualquier artículo de piel imaginable, artículos de vidrio o de porcelana con la característica que todos son de excelente acabado y la gran mayoría hechos a mano, no se ven cosas de baja calidad en esos negocios. En uno de los puestos se encontraba un hombre trabajando el acero, es decir, un herrero, pero este era un herrero medieval ya que con fuelle y fuego era con la que domaba los metales que transformaba en


Después de que terminamos con nuestra bebida nos dirigimos al área de los juegos donde anduvimos un rato caminando entre la rueda de la fortuna, el carrusel y otros juegos mecánicos; viendo también los juegos de azar como los de otras ferias y oliendo los deliciosos olores de los puestos de golosinas que vendían mientras eran preparadas almendras confitadas, crepas con cajeta, mermelada o chocolate, conos rellenos de frituras de harina azucaradas y otras delicias que envolvían el ambiente en un delicioso aroma a canela y azúcar tostada. Poco después regresamos a casa y mientras caminábamos yo ya pensaba en la próxima visita al Weihnachtsmarkt por que en caso de que no estuviera planeada yo me tendría que escapar.

Los Weihnachtsmarkt de Bonn
Habíamos salido al atardecer rumbo a Bonn y la noche nos cayó en el camino, cuando llegamos a la ciudad que fue capital de la Alemania Occidental cuando estuvo dividida ya estaba oscuro; tan pronto llegamos nos metimos en una calle que iba de la estación de trenes hacia la plaza del centro, que en esos momentos estaba ocupada por el mercado navideño que olía como sólo la navidad alemana puede oler. Con las mezclas de olor a pino, canela, azúcar y glühwein en el aire, el ambiente era inmejorable, con gente comiendo y bebiendo por todos lados y los que compraban entre la gran cantidad de artículos que ahí se vendían lo hacían con la más grande satisfacción que uno se pueda imaginar e igual ocurría con las personas que solo se acercaban a preguntar por alguna cosa, eran atendidos con un sonrisa y algún buen comentario. Después de ir a dejar nuestras maletas regresamos a buscar algo de comer y, por supuesto, de tomar, el glühwein ya estaba entre nuestros planes, como es una bebida que sólo se consigue en temporada navideña no se podía dejar escapar cualquier oportunidad para probarla. Otra vez la bebida resultó ser una delicia, por ser un vino cargado de jugo de frutas y por tener la temperatura adecuada provoca una sensación de regocijo en quienes lo ingieren; podría decir que de ahí viene la felicidad de la gente que vi ahí reunida pero es difícil de asegurar, además del glühwein también los olores de la comida y los colores de las cosas que ahí se vendían podían complacer los sentidos de cualquier persona. Caminamos un poco, apreciando los maravillosos objetos que se ofrecían a nuestro paso, disfrutando del ambiente de la noche y sobre todo de nuestra mutua compañía. Probamos entonces un delicioso plato de champiñones ligeramente fritos y bañados en deliciosas salsa de especies, acompañados de vino ardiente.


La aventura de Köln (Colonia) en su Weihnachtsmarkt
En Köln estuvimos sólo unas horas, tiempo que nos alcanzó de maravilla para probar un sabroso pescado que nos sirvieron con un pan y salsa de mostaza al lado, antes habíamos subido a su catedral, que es la más grande de Alemania y de la cual me ocuparé en su oportunidad, sin embargo, subir los 509 escalones nos sacó el hambre y desde arriba pude tomar una increíble foto al mercado navideño que se encuentra a sus pies.

De paso por un Weihnachtsmarkt de Berlín
Durante un fin de semana la pasamos en Berlín, la capital alemana, una ciudad impresionante por imponente, donde se refleja fielmente el carácter de los alemanes y de la cual me muero de ganas por escribir más pero aún no llegó a ese punto, por el momento sólo describiré lo que viví en el mercado navideño que se encuentra a los pies de la iglesia Gedächtnis Kirche o Iglesia del Recuerdo, en donde paramos a visitar la iglesia y en las afueras comí un rico brötchen mit Wurst, consistente en un panecillo blanco, como las teleras de México, con una larga salchicha en el centro tan larga que era tres veces más grande que el panecillo lo que la hacía verse muy chistosa, la salchicha buena, hecha de carnes con especies, muy sabrosa, el panecillo no tanto, un panecillo cualquiera, un poco seco.


El paraíso de las Weihnachts: Quedlinburg
Quedlinburg es la ciudad medieval alemana más grande que aún se conserva, en ella hay cientos de casas que fueron construidas antes de que se descubriera América, es tan bella que la UNESCO la ha declarado patrimonio histórico de la humanidad. Los alemanes lo dicen con orgullo y la verdad es que lo deben tener, Quedlinburg es un tesoro. Tiene ya más de mil años de historia documentada y muchos más siglos de ser habitada lo cual resulta muy atractivo para los turistas muchos de los cuales llegan desde temprano a bordo de autobuses charters que vienen desde todos lados de Alemania y algunos desde otros países europeos. Nosotros estuvimos ahí un solo día, mismo que me la pasé caminando de orilla a orilla, mientras que Jeannette participaba en las actividades de un grupo de conservación ecológica al que pertenece, al cual se le denomina BUND. Después de recorrer aproximadamente cuarenta minutos desde Magdeburg en el Ford Fiesta que ella tiene llegamos a Quedlinburg, que a pocos minutos de haber llegado ya me parecía encantador, la mayoría de las casitas tienen bonitos colores y curiosos arreglos que las hacen ver muy agradables a pesar de que están tan desalineadas que parece que se van a caer pues ya han perdido la vertical. Luego de que llegamos y ayudamos con la instalación de una tienda donde se brindaría información al público nos fuimos a recorrer brevemente el centro y algunos de los mercados navideños, mismos que aquí se instalan dentro de los traspatios de veintidós casas elegidas para tal fin, así como en el mercado principal.


Después de un rato Jeannette decidió regresar a realizar sus labores de voluntaria y quedamos de vernos más tarde en la tienda del BUND; caminé por entre todo ese ambiente que prepara los ánimos del pueblo para recibir la navidad, haciendo esfuerzos para no caer en alguna de las exquisitas tentaciones que saltaban a mis ojos: panecillos enmielados, frituras con almendras, hojaldras bañadas de chocolate, waffles cubiertos de cerezas, té de manzana y mientras trataba de verlas de reojo, acelerando el paso para no ceder a mi intención de que antes de comer debería ver la ciudad desde el cerro de la iglesia.

Apretando el paso pronto me vi subiendo a una fortaleza a la que se llegaba atravesando un grueso arco medieval de aspecto sombrío, hecho de piedra, arriba del arco había casas, por lo que pasar por el arco era como entrar a una cueva pero tan pronto pasaba uno por debajo ya se encontraba dentro de un gran jardín y a la derecha una alta iglesia, la iglesia del Schloβberg, que esta dedicada a St. Servatius, la cual por estar en la cima del cerro aún se ve más grande. Atrás de ella, en el jardín, hay grandes árboles y hacia allá me dirigí, logrando ver tras ellos los cientos de techos rojos que conforman la ciudad. Las tejas cubren todos los techos de las casas de esa ciudad, por más verticales que sean y sólo los altos campanarios se logran salvar a ellos. Pasé unos minutos apreciando el paisaje que estaba ante mis ojos, traté de descifrar por donde corren las calles pero fue imposible, estas casas son tan viejas que fueron construidas antes de que inventara la planificación urbana. Me dirigí entonces hacia la iglesia que se encontraba tras de mí, atrás de los grandes árboles que por estas fechas ya no tienen ni una sola hoja pues se han preparado para el frío.

Al llegar a la entrada de la iglesia me encontré con un anuncio que decía que para poder entrar al claustro se habían que pagar seis euros y que no se podían tomar fotos adentro, razón suficiente para que decidiera no intentarlo, casi dos meses de estancia en Europa ya estaban haciendo mella en mis bolsillos por lo que debía de ser precavido y, además, gastarlos sin poder llevarme una foto de lo que iba a ver me pareció muy arriesgado, por eso mejor me entretuve apreciando las bonitas fachadas de los edificios contiguos, las cuales muestran preciosos acabados y remates en los techos y están sostenidos por viejas vigas de madera que solo Dios sabe cuanto tiempo tienen ahí. Poco a poco me fui a alejando, como siempre, viendo todo intensamente pues sé que tal vez nunca vuelva a estar por ahí.

Atravesé el mercado principal de lado a lado y di dos vueltas en él, de pronto volteé a mi alrededor y me sentí sólo entre tanto rubio, cientos de alemanes por todos lados y yo intentando moverme entre ellos, me sentí como Lawrence de Arabia cuando visitó La Meca, pero yo no andaba descubriendo el hilo negro solo estaba tratando de

encontrar algo más que me calmará el apetito que ya se me había alborotado y era casi incontrolable. Agudicé mis sentidos para encontrarlo pues de poco serviría preguntar, el único en que podía confiar era en mi mismo. Poco después mis esfuerzos dieron resultado y me comí una rica brocheta de carne de cerdo con cebolla y otras verduras asadas a la parrilla, por poco y me lleno por eso salí apresurado a buscar algo dulce para acabar con la hora de la comida y seguir caminando. Pero al comenzar a caminar se me olvido que era lo que quería y me deje llevar por mis pasos y mi mirada cautivada por tantas cosas nuevas y me fui alejando del centro poco a poco, haciendo pausas cuando descubría algún producto desconocido o alguna cosa llamativa, recorrí así algunas calles de nombres inentendibles pero bonitos: Pölle, Hölle, Judengasse y Guts Muths Straβe fueron algunas de ellas, hasta que sobre la Pölkenstraβe me paré frente a los dos puntiagudos campanarios de la iglesia dedicada

Cuando pasé por la plaza principal me compré un cono relleno de Schmalzküchen, que son unas pequeñas hojaldras infladas y bañadas en azúcar Glas, muy sabrosos si se comen rápido, cuando aún están calientes, pero que resultan grasosas si se dejan enfriar. Regresé con Jeannette, le di un poco de los Schmalzküchen,


No hay comentarios.:
Publicar un comentario