En
busca del muro
Bajo
de la torre y me pierdo entre los árboles que enmarcan bellos prados
de pastos, como si fueran muchos campos de golf separados por altos
pinos o, más bien, como si estuviera en un conjunto de jardínes
japonéses en medio del bosque. Por aquí y por allá se alcanza a
ver y oír la ciudad con su bullicio pero aquí impera la paz y el
verdor, atrapados en una ciudad de tres millones de habitantes. Entre
los árboles se empieza a ver el domo de la siguiente atracción que
quiero visitar. Me parece como si fuera un enorme Gotzilla, pero en
lugar de que él se aproxime a mí, él está estático y yo soy el
que me acerco; soy tan insignificante que no se piensa mover ni lo
logro siquiera inmutar. Ese gigante es la plaza Sony, que es un un
complejo de edificios multiusos y centro comercial que alberga cines,
galerías y todo tipo de atracciones.
Me
impresiona el lugar y todo lo que hiceron con él, pero no es el
Berlín actual el que me interesa por el momento, sino el histórico,
el que está escondido en pedazos atrás de la fachada de
prosperidad; donde hay historias de hombres gallardos, de heróes y
villanos; de martires y desalmados, donde la humanidad ha llegado a
sus extremos. A donde sólo llegan los santos o aquellos que han
entregado su alma a los excesos.
En
la esquina de la calle, al otro lado, me topo de pronto con un pedazo
del muro. No lo esperaba ver ahí, de acuerdo a mi mapa debería de
llegar hasta el “Check Point Charly” para verlo, pero no es así,
aquí, en la esquina de Potsdamer Platz y Ebertstraße, me he
encontrado con el primer pedazo del Muro de Berlín que he visto en
mi vida.
Lo
miro y le tomo fotos. Leo los graffitis que hay en él; luego leo un
poco de la historia que hay aquí para los turistas y me doy cuenta
de que la historia no se puede transmitir en datos históricos. Hace
falta ver el lado humano y no sólo los hechos que causaron los
eventos y las consecuencias que contrajo. Para poder valorar lo que
pasaba en un determinado momento se debe saber como vivieron dicho
evento las personas que vivían ahí; las que no sabían lo que
pasaba ni porque pasaba o lo que ese momento significaría pero que
siempre son las que pagan las consecuencias. Algo así fue lo que
apenas días atrás me habían contado al respecto del muro y que a
mí me parece fue todo un “Manual para tumbar un Muro”. La
historia que oí, es algo que no sabía y que nunca hubiera
imaginado. Fueron hechos reales que me emocionaron tanto como si yo
mismo los hubiera vívido. Mi novia me contó lo que vivío en esos
días, cuando este Muro pasó a ser una atracción turística.
-
¡Cuéntame!
- “…antes
de que se diera el cambio, la gente estuvo yendo durante meses cada
lunes a manifestarse afuera de las catedrales y en las plazas,
presionando para tener más libertad y una mejor vida con más
oportunidades. La presión fue subiendo poco a poco y hubo momentos
en que en el gobierno ya no se sabía que hacer. Igual entre la gente
se tenían dudas de que era lo que se buscaba, algunos querían
unirse a la República Federal, que estaba en la parte occidental,
pero muchos otros sólo deseaban que el país fuera un país libre
donde la gente pudiese hacer y decir lo que le diese la gana. Dicen
que hubo un momento en que cientos de personas fueron a la embajada
de la Alemania Occidental en Rumania y se brincaron la barda para
pedir asilo y como se los dieron, el gobierno de la República
Federal los transportó en tren hasta Baviera, abriéndose así una
posibilidad que siguieron cientos de personas no sólo en Rumania,
sino que posteriormente las embajadas de Varsovia y Praga también
fueron usadas para pedir asilo y cada día había más gente
exigiendo se les dejase ir a occidente, al punto de que se hacían
manifestaciones en la frontera tan a menudo que se volvieron
permanentes y fueron tan eficaces que hubo un día que ante la
presión de una de esas manifestaciones el gobierno decidió abrir
por un rato la frontera y dejar ir a quien quisiera. Cientos de
personas no dudaron en aprovechar la oportunidad y se marcharon en el
momento, así, sin llevarse nada.
...también
hubo personas que decidieron irse e hicieron cualquier cosa por salir
de la república comunista, como lo hicieron muchos padres de familia
quienes precisamente por tener una familia podían conseguir una visa
para salir. Se suponía que era para que salieran ellos solos, pero
algunos aprovechaban la oportunidad y escondían esposas e hijos
entre las maletas o muebles para jamás volver”.
-
Dime, cuéntamelo todo; dime que es lo que recuerdas, que es lo que
viviste. No te guardes nada, quiero saber.
Yo
quería saber como había sido ese día, si sabían con anterioridad
en que fecha se daría la apertura del muro y me sorprendió saber
que las cosas no fueron así, sino que nadie sabía nada, solo se
sabía que la situación era cada vez más tensa pues la población
en general ya se había volcado para lograr un cambio y el gobierno
se tambaleaba.
-
“...entonces, una mañana al encender la radio, el locutor hablaba
confusamente, pues el tampoco sabía que decir exactamente, pero al
cabo de unos minutos entendí que a lo que se refería era a que algo
había pasado durante la noche y que ya se habían abierto las
fronteras y ya todo mundo se podía ir si lo deseaba. Ese día yo
viajé en tren de Leipzig a Magdeburg y recuerdo que la estación
estaba repleta de gente, al grado que no se podía ni caminar y debí
abrirme pasó a empujones para poder llegar hasta mi tren. Ahí
también me debí ganar un espacio pues estaba completamente lleno.
Recuerdo que cuando estaba abordo me percaté de que la gente de
adentro jalaba la puerta para evitar que más personas subieran. Es
que aquello estaba a reventar y ya no cabía un alma. Al regresar a
casa mi hermana y yo nos fuimos a Berlín Occidental, a bailar en una
disco que era lo que los de nuestra edad soñabamos poder hacer.
...mientras
viajabamos a Berlín nos percatamos que no solo habían caído las
fronteras, sino que además el gobierno de la República Federal les
estaba dando a todos los alemanes del este un bono de cien marcos
como bienvenida (Algo así como cincuenta dólares – me explica);
por lo que todo mundo se volcó sobre los bancos que estuvieron
abiertos repartiendo el bono de bienvenida incluso hasta en la noche.
Los que deseaban ir a Alemania occidental debían sellar sus
pasaportes pero nosotros no fuimos porque en ese momento había
tantas personas deseando ir hacia allá que las colas de espera eran
enormes, tanto así que la fila de autos desde la frontera alcanzaba
los cien kilómetros de largo. Pero eso no era todo, ya que además,
lo que quisieran emigrar debían de ingresar a un campo de
inmigrantes en el cual se les retenía aproximadamente un mes antes
de dejarlos entrar a la Alemania Federal, aunque la situación se fue
normalizando rápidamente hasta que el paso se hizo libre para
todos”.
Yo
no viví todo aquello, más a través de ella de cierta forma lo
había vivido también. La abrazo y ese sentimiento de unidad humana
nos embarga por un momento; esa sensación no era nuestro amor, eso
era amor universal que solo aparece cuando una causa mayor nos
inspira a unirnos por igual, sin importar sexo, credo o nacionalidad.
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