domingo, septiembre 27, 2009

La Ruta de los Sueños XLV

Berlín

Llegamos a Berlín cerca del mediodía, habíamos viajado hora y media en tren antes de ver la moderna Berliner Hauptbahnhof, estación central de trenes de Berlín; ahí mi novia y yo nos despedimos para seguir el plan acordado, yo viajaría hasta Friedrichstraβe, que es la siguiente estación y ahí me bajaría para hacer lo que me diera la gana el resto del día, nos volveríamos a reunir hasta las seis de la tarde, así que podría aprovechar todas esas horas para recorrer el centro y visitar los principales puntos históricos de la capital.

Cuando llegué a la estación de Friedrichstraβe iba llenó de esa emoción que provoca ir hacia lo desconocido, más al percatarme que estaba repleta de gente, todos corriendo en todas direcciones, tratando de alcanzar el tren que los lleve a sus destinos, me dí cuenta que ahí nadie le presta atención a un mexicano desorientado y me tranquilicé, busqué un locker donde dejar mi mochila y evitar así andarla cargando por toda la ciudad. El gabinete que encontré era una práctica cajita con cerradura digital que por seis euros resguardaría mis pertenencias el resto del día. Yo no tenía mucho dinero, pero quería poder meterme sin problemas en algún museo durante mi recorrido y también quería evitarme una espalda mojada de sudor, la tentación de poder caminar por horas sobre calles desconocidas era incontrolable. Por fin estaba ahí, en la gran ciudad de la cual todos los alemanes que hasta ahora he conocido se sienten orgullosos y a donde me han confesado les gustaría irse a vivir, la misma ciudad a la que yo siempre soñé llegar.

Salí de la estación sabiendo que la principal zona histórica se encuentra rumbo al suroeste, caminé titubeante unos momentos hasta que me orienté entre una mezcla de edificios modernos y antiguos, no muy altos pero robustos, que hacen sentir las calles hundidas y llenas de sombra y junto a los cuales la gente que camina sobre la acera de enfrente se ve más pequeña de lo que en realidad es; emprendí entonces mi recorrido sin dejar de mirar en todas direcciones, aunque con disimulo, como aprendí a hacerlo en la ciudad de México, donde se le teme hasta a la propia sombra, y me sorprendí al descubrir que Unter den Linden esta a sólo dos cuadras de distancia y que si camino rumbo al oeste sobre ella, a menos de un kilómetro, encontraré la puerta de Brandenburgo, que es a donde quiero ir. Unter den Linden es una bella avenida, llena de historia y muy bien arreglada, ahí se encuentran importantes oficinas y tiendas de renombre internacional además de las Embajadas de la Federación Rusa y de Francia entre otras, hay también elegantes restaurantes y lujosos cafés que tienen mesas sobre la calle y están siempre llenos de turistas a pesar de estar en pleno diciembre de bajas temperaturas. Los Linden, en español se llaman Tilos y son los árboles que le dan su nombre a la avenida, que traducido se llama “Bajo los Tilos”, es la principal calzada de la ciudad y ha participado desde el siglo XVII en todas las etapas de la historia de Berlín; cuenta con estatuas de los reyes de Prusia, de los que Federico el Grande es sin duda el más importante y también de los hermanos von Humboldt, quienes fundaron la universidad que se encuentra frente al bulevar; esta avenida fue casi destruida durante las batallas finales de la segunda guerra mundial y estuvo cerrada casi 30 años durante la división que estableció el muro de Berlín.



En esta época del año los árboles no tienen hojas, lo cual es mejor pues se sienten deseos de aprovechar al máximo los débiles rayos de sol de la temporada y la sombra sería en realidad un estorbo pero durante la noche es un espectáculo verles decorados con las luces de la temporada invernal.

No sentí la distancia, no sentí el tiempo, de pronto me encontré parado frente a La Puerta de Brandenburgo, que es la representación arquitectónica más emblemática de Berlín y de Alemania; de especto fuerte, monumental y elegante, las doce columnas dóricas están unidas por unos pabellones que tienen representaciones de dioses griegos y otros motivos característicos del neoclasicismo alemán. La puerta esta llena de esa imponente personalidad alemana que caracteriza muchos edificios de Berlín y termina coronada por un carruaje tirado por cuatro caballos, conocido como la Cuadriga que dirige la diosa Victoria, quien porta los símbolos alemanes de la cruz de hierro y el águila imperial. Entre otras anécdotas, dicen que fue tomada y llevada a Paris como trofeo de guerra por Napoleón y después fue rescatada por los prusianos que lo derrotaron.


Me paré frente a ella e imaginé cómo pudo verse Napoleón Bonaparte al entrar triunfante a Berlín o cómo se verían al pasar después aquellos generales prusianos que regresaron luego de ocupar Paris y derrotar a su emperador en 1814; me dio escalofríos saber que por aquí marcharon y se escucharon los cantos fanáticos de los nacionalsocialistas mientras sus antorchas iluminaban las columnas de la puerta en las noches de su arribo al poder y recordé las imágenes de fotografías de soldados rusos izando la bandera roja satisfechos, después de arrasar Berlín; si la puerta pudiese hablar, diría donde estaban los impactos del fuego cruzado del 45, donde se paró Kennedy en el 63 o por dónde cruzó Helmut Kohl en el 89, sin duda, algunas de las páginas más importantes de la historia de Europa han sido escritas a la sombra de sus columnas.

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