martes, enero 01, 2008

La Ruta de los Sueños XLII

Paseo de fin de año
El fin de año se acerca y nosotros queremos vivirlo al máximo; por eso, tan pronto supimos de la posibilidad de visitar algunas ciudades del occidente alemán, tomamos una mochila y nos venimos en busca de nuevas aventuras. Llegamos a Bonn al caer la noche, viajamos como lo hace mucha gente en Alemania, utilizando un sitio en Internet llamado Mitfahrergelegenheit, donde las personas que van a viajar en auto propio anuncian su recorrido, indicando a cuantas personas pueden llevar y cuanto se cobrará, de esta manera, ellos recuperan algo de los gastos de combustible y los pasajeros que los acompañan pagan menos que en el tren, que suelo ser caro. Del camino no tengo mucho que decir, me pasó algo parecido a lo que pasó cuando fui a Praga. Entonces me preocupaba que la velocidad del tren no me permitiera tomar fotos a los paisajes pero después descubrí que el problema no era la velocidad sino el viajar en segunda clase, en donde las ventanillas siempre están sucias y todo lo que se puede ver está envuelto en un halo de lodo y brisa seca; algo parecido me pasó ahora, cuando descubrí que las autopistas alemanas, o mejor dicho, casi todas las ciudades y pueblos de este país, están es su mayor parte protegidos del ruido de las autopistas con una muralla de acero o plástico, por eso es poco lo que se puede ver desde ellas y los paisajes del campo si bien son bellos, son tan parecidos, que los ojos de un mexicano criado en la costa, acostumbrado a los cambios constantes en el panorama, se llega a sentir tan aburrido que prefiere dormir.
Sólo debo decir que hubo un punto en el camino que sobresalió entre los bosques y las colinas verdes; se trata de la antigua frontera que dividía la Alemania comunista de la capitalista. Allí se pueden ver aún restos de la barda que dividía al mundo occidental del bloque socialista, aún se ven sobrios puestos de vigilancia sobre las copas de los árboles y donde hubo una puerta fronteriza ahora está un centro de revisión de autotrasportes, que aunque aún tiene apariencia de base militar, en él tan sólo se checa el paso, peso y contenido de los tractocamiones que recorren la Unión Europea.
Bonn, la pequeña capital
Llegamos a Bonn al oscurecer, que por ser noche de invierno se dio muy temprano, y tan pronto puse los pies en la ciudad me percaté que el ambiente allí es distinto al que hasta entonces había conocido de Alemania. Ahí se oye mucho ruido, hay mucho ajetreo, encabezado por personas que en la calle tocan instrumentos musicales para ganarse una moneda. Hay muchas tiendas a lo largo de las calles, todo parece un centro comercial y, por ser temporada navideña, hay muchos puestos sobre las banquetas. El ambiente es cálido, de alegría, dinámico y despreocupado, la ciudad no es tan espectacular como Dresden o Praga, pues es pequeña, pero en cambio, tiene a su favor el calor de la gente, que sonríe en todas direcciones. Al siguiente día, mientras recorríamos el centro, me seguí percatando lo que desde el día anterior había notado, Bonn es una ciudad sencilla, con mucha historia pero abierta al mundo, por eso hay en ella mucha gente que ha venido desde otras partes, allí ví gente venida de África, de Asia, españoles, italianos, europeos del este, árabes, en fin, parece que acá no está él que no quiere estar. De entre todas las posibilidades que ofrecía la ciudad yo elegí solo una: mi deseo era, sin duda, visitar la casa de Beethoven, si es que existía alguna.
Después de recorrer unas cuantas calles, Bonn, sigo insistiendo, no es demasiado grande, llegamos a la que fue una vez la casa del compositor, que es una pequeña casa color amarillo de dos pisos y de techos muy bajitos. Esa es sólo una de las tantas casas en las que él vivió antes de irse a Viena, pero es la única que queda en pie hasta nuestros días. La casita ahora alberga recuerdos de su vida, algunas de sus pertenencias, de sus instrumentos, partituras así como retratos del compositor y de quienes lo acompañaron en su tiempo. El primer piso alberga la biografía del compositor y retratos de la época; una retorcida y ruidosa escalera nos lleva al segundo piso donde se exhiben las reliquias que pertenecieron al músico sordo; entre violines y pianos están algunas partituras escritas con una letra retorcida y pequeña que, sin embargo, son obras maestras universales. De entre ellas sobresale para mí una sonata con la que podría decir crecí espiritualmente, una pieza que me hizo viajar muy dentro de mí, hasta las lágrimas a veces, esa sonata es Claro de Luna, mi pieza favorita entre los clásicos y que comparte junto con Wish you were here de Pink Floyd, el lugar número uno de toda la música que he escuchado en mi vida. Son melodías que puedo escuchar una y otra vez sin aburrirme, que me traen recuerdos elementales de mi vida y de lo que soy. Antes de irme veo y me guardo el recuerdo de la imagen de esa partitura, letra chiquita y retorcida, no cabe duda, los genios se entienden solos.
Poco después partimos de la ciudad, a lo lejos y en lo alto de una montaña se encuentra un palacio donde me cuentan se llevaron a cabo múltiples reuniones de Estado cuando esta ciudad fue la capital. Dicen que cuando se creo la República Federal de Alemania en la parte occidental, decidieron que Bonn fuese la capital precisamente por tratarse de una ciudad pequeña y evitar así cualquier lugar a dudas de que el día en que Alemania volviese a estar unida la capital de toda Alemania sería Berlín.
Koblenz y el Deutsches Eck
Un día después tomamos el tren y, es su camino hacia el sureste, nos fue dejando ver ciudades antiguas y amuralladas como Andernach y al río que pasa junto a ellas, también vimos lo que fue una central nuclear con su enorme caldera que tras veinte años de servicio tuvo que cerrar debido a la presión de los habitantes de la zona; sobre las montañas frente al río pudimos ver castillos fortificados y, finalmente, desde la falta de un loma vimos la ciudad de Koblenz. Esta es una ciudad que se encuentra en el punto donde el río Mosel se une con el Rin, es una ciudad aún más pequeña que Bonn y es, por ende, una ciudad tranquila pero que tiene mucha afluencia turística.
Una de sus atracciones se encuentra precisamente donde se juntan los afluentes del los ríos, lugar donde está localizado un enorme monumento en honor a Wilheim I, emperador alemán y el unificador de la patría en el siglo XIX; cabe decir que Alemania, aunque tiene muchísima historia y ha existido durante siglos, es un país que nació como tal apenas en 1871 y esto se debió en gran parte al emperador Wilheim, quien además de unificar a los pueblos germanos obtuvo victorias militares que le dejaron como resultado un Estado alemán que abarcaba extensiones de lo que hoy son Francia, Austria, República Checa, Polonia, Dinamarca, Polonia y Lituania. En homenaje a este personaje ahí se encuentra hoy una gigantesca estatua ecuestre que incluye la figura del emperador. La estatua actual es una copia de la original, misma que fue destruida casi es su totalidad durante la segunda guerra y que incluso ha cambiado su significado ya que antes estaba dedicada a la gran Alemania y al deseo de que el reino que Wilheim edificó se mantuviese unido, en cambio, hoy representa sólo la unión de los Estados que libremente se han unido para formar la Bundesrepublik, es decir, la República Federal. Por tal motivo se encuentran ahí las banderas de los dieciséis Estados Federados coronados por una bandera alemana justo al frente, de cara a las aguas de los ríos. En la parte baja de la estatua se puede leer un poema que dice “Nimmer wird das Reich zerstöret, wenn ihr einig seit und treu” ―El imperio nunca será destruido mientras os mantengaís unidos y fieles―.
Regresamos a la ciudad y caminamos por sus antiguas y pequeñas calles donde se pueden ver, entre los históricos pasadizos comerciales, estatuas, pinturas y algunas otras sobresalientes decoraciones.
Antes de regresar a Bonn tomamos Glühwein (vino caliente y condimentado) y comimos papas rayadas fritas cubiertas con una jalea de manzana y también unos Pollieres, que son pequeños panquecitos bañados con crema de avellanas muy calientes, que aunque quemaban la boca, estaban increíblemente deliciosos.
Köln y su escalera al cielo
Al siguiente día, cuando llegamos a Köln (Colonia) estaba lloviendo, nos las arreglamos para dejar nuestras maletas en unos gabinetes de la estación de trenes y salimos a dar una vuelta por el centro de la ciudad, aún era temprano y podríamos andar vagueando hasta el anochecer. Lo primero que quisimos visitar fue la enorme catedral de la ciudad, que después de la de Ulm es la segunda más alta de Alemania, ¡sin dejar pasar olvidar que la de Ulm es la más alta del mundo! Y si la catedral de Pedro y María en Köln no es tan alta, si es más grande en tamaño, es decir, es verdaderamente un monstruo.
Es lo evidenciamos al momento de entrar en ella y ver su precioso diseño arquitectónico y exuberante decorado religioso; adentro se encuentran los sarcófagos de muchos personajes que ahora forman parte de su historia, tales como monarcas, santos y obispos. Además, su monstruosidad la comprobamos cuando subimos por su escalinata en espiral que tal parecía nos llevaría ante el mismo Dios pues se deben subir 509 escalones para llegar a la parte más alta a la que un ser humano normal puede llegar, que son 98 metros arriba del nivel del piso de la catedral. Después de allí se debe tener mucho valor y tal vez mucha necesidad para poder llegar a los 156 metros de altura que alcanza en total el edificio. Satisfecho y sin deseos de avanzar más, pasé unos minutos tomando fotos y admirando la vista en todas direcciones, tratando de imaginar como habrían hecho los hombres de hace siglo y medio para alcanzar esas alturas con su construcción.
No tengo idea cuantas vidas habrá costado esa edificación, pero me imagino que muchas, sobre todo si se toma en cuenta que su construcción se inicio desde el siglo XII y que cuando se terminó, alrededor del año 1880, llegó a ser el edificio más alto del mundo por algunos años. Antes de bajar visitamos el campanario y nos sentimos como pitufos frente a las enormes campanas que están allá, colgadas del cielo.
A pesar que desde esas alturas se puede ver en cualquier dirección y prácticamente todo Colonia, con río, puentes y cientos de barcos flotando entre ellos, lo más impresionante seguía siendo la Catedral, con sus góticos ventanales y techos encrespados, como bien lo ha considerado la UNESCO desde 1996, aquello es un patrimonio de la humanidad.
Al bajar, el hambre era proporcionalmente elevada como los escalones que subí, así que aprovechando la presencia de un mercado navideño a los pies de la catedral, traté de recuperar mi energías probando el puerco salvaje que resultó ser un manjar.
El día se fue rápido pero nos alcanzó para recorrer gran parte del centro de la ciudad y su zona comercial, que es enorme y se necesitaría más de un día para recorrerlo todo, además de buenas piernas; también pudimos caminar un poco junto al río y recorrer pequeñas callecillas de la parte más antigua de la ciudad.
Por la noche regresamos a casa. En el carro que nos trajo venían también otras dos personas y todos ellos se pusieron a platicar. Con tres alemanes en el carro hablando en su idioma, es difícil para mí entablar conversación. Sus ideas van y vienen sólo limitadas por la velocidad del sonido. Debido a que las autopistas no tienen límite de velocidad en grandes tramos, ellos creen que yo nunca había viajado tan rápido como hoy; seguramente imaginan que en mi país viajo en burro y que los mexicanos solemos respetar los límites de velocidad. Sí les dijera que de niño creía que máxima era un pueblo que estaba a 60 kilómetros me avientan por la ventana.
Media hora antes de llegar a Magdeburg, volteo al cielo y miró la luna llena que relumbra sobre el horizonte y recuerdo: Hhace días descubrí que los alemanes no ven en la luna una liebre, ni piensan que es de queso, para ellos la luna no es la luna, sino der Mond ¿el luno? así, con artículo masculino, y lo que ven en ella es un hombre de bigotes.
¡Tonterías! ―Digo y me pregunto:

¿Por qué a la Luna la llaman con un "el"?
¿Qué acaso no ven que es voluble
y sufre sus periodos mes a mes?
Que su luz es blanca y pura,
que es luz que no quema, que encanta;
Que brilla suave y delicada
como la mirada de una mujer enamorada;
Y llegado el momento se muestra bellamente circular,
como las nalgas de la mujer más perfecta y sensual.

Poco a poco voy conociendo el idioma y lo encuentro lleno de sorpresas y rico en expresiones; hoy he descubierto que el uso de artículos neutrales abre las posibilidades de expresión pero le quita a las cosas la ambivalencia de los géneros que los mantienen en equilibrio y, a lo largo, creo que también les quita parte de su fuerza. Seguramente de ahí viene la frialdad de carácter de los alemanes, empezando por confundir una cosa delicada como es la luna con algo completamente varonil.

1 comentario:

Claudia X dijo...

Cool Juan Jo! Aqui poniendome al dia con tus posts.