Un tren nos llevaba al suroeste y a pesar de ser muy temprano en fin de semana, el paseo prometía valer la pena. El destino eran las montañas cercanas a Thale, una ciudad ubicada geográficamente en la parte central de Alemania, muy cerca de lo que una vez fue la frontera interior de la Alemania dividida por el muro y el lugar donde hace muchos años Goethe, uno de los padres de la literatura alemana, se inspiró para escribir parte de Fausto.
Habíamos tomado el tren regional cerca de las ocho de la mañana, él cual nos llevó por casi una hora a través de las planicies que conforman esa parte de Sachsen-Anhalt (Sajonia-Anhalt, uno de los dieciséis estados federados que conforman Alemania). A través de las ventanillas del cómodo vagón en que viajamos fuimos viendo el panorama que predomina en esta parte del país, una llanura inmensa, con abundantes campos de cultivo esparcidos entre enormes complejos industriales muchos de los cuales ahora lucen abandonados, completamente desolados, cayéndose a pedazos. Preguntó la razón, pues me parece una calamidad que tanta infraestructura se venga abajo y me dicen que todas esas eran empresas del gobierno de la ex República Democrática Alemana (conocida comúnmente como DDR), que conformaban la gran industria que suministraba productos a los países del bloque socialista pero que a la caída del sistema no pudieron hacer frente a la competencia que les vino del oeste. Me cuentan que entonces muchos trabajadores perdieron sus empleos y se tuvieron que ir a buscarlos a la parte occidental, donde están las grandes empresas y el capital. Vemos también muchos campos sembrados de hortalizas y también muchos otros descansando pues el invierno está por llegar y no es temporada de cultivo. Entre los sembradíos y los campos abiertos se pueden ver muchos venados de pequeño tamaño, que según me cuentan llegan a ser un plaga en estos rumbos debido a su alta proliferación gracias a las estrictas normas de protección a la naturaleza.
Llegamos a Thale poco después, la ciudad lucía desolada, como es típico en todos lados los fines de semana en este país. Caminamos hasta llegar a un pequeño parque que colindaba con la entrada de nuestro destino: el Parque Nacional de los Harz, conformado por el bosque y las montañas del mismo nombre.
Al entrar al bosque vimos un letrero que describía los animales que habitan el bosque; ahí se veían venados, jabalíes, mapaches, nutrias, zorros y muchos otros. Yo más bien pienso que decía que animales vivieron en el bosque en algún remoto pasado porque no vi a ninguno de ellos.
Cruzamos de nuevo un puente para ir al otro lado del río, donde caminamos entre casas grandes, de dos pisos, con geraniums en las ventanas y todas también bellamente pintadas y con bonitos números en las puertas. Al dar la vuelta en una curva del camino nos encontramos ante un pequeño lago formado por el río, en el cual nadaban patos silvestres y se reflejaba la silueta de una bella construcción. Nos dirigimos hacia ella pues es el restaurante del pueblo y cuando cruzábamos el último puente antes de llegar a aquella imperiosa parada nos detuvimos un momento a apreciar los peces nadando en las claras aguas del río.
Después de atravesar el bosque llegamos hasta el límite de la montaña y justo ahí, donde inician los desfiladeros, encontramos una pequeña plaza con un círculo de piedra en el centro y las figuras de brujas, magos y demonios entorno a ellas.
Una de las brujas está inclinada con las nalgas al cielo, recargada sobre las rocas y de no ser por su horrible cara y una asquerosa rata que la acompaña, podría decir que está buena.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario