Hace unos minutos, sin haberlo planeado a conciencia, he iniciado una aventura más, que no sé que tan interesante vaya a resultar, pero el destino promete serlo. A consecuencia de que mi novia tenía un compromiso de trabajo todo el fin de semana que la obligó a ir hacia el norte y a alejarse de mí, decidí viajar un poco y opté por ir al sur; de entre todos los destinos que estaban a mi alcance me decidí por ir a la Europa del este, a uno de los países que se encontraban tras la llamada cortina de hierro, a una república que antes fue comunista, a la República Checa y lógicamente, a su capital: Praga, una de las ciudades más bellas del mundo. En verdad yo quería ir a Polonia, pero cualquier ciudad de regular tamaño en ese país me quedaba mucho más lejos que Praga y ni se diga su capital. Por eso elegí finalmente viajar hacia el sureste; para ello, adquirí un boleto para viajar en el ICE, que es el tren más rápido que tiene Alemania.
Me tocó tomarlo en Leipzig, lugar donde esperé cuarenta minutos entre el trasbordo; esa ciudad tiene una de las centrales de trenes más bellas de entre en las que yo he estado en mi vida, es grandísima y muy bella por dentro y por fuera, con sobrado espacio y un centro comercial de dos pisos en su interior, estupendamente funcional.
Descubrí que se trata de un viejo edificio, que muy probablemente fue remodelado hace poco, pero que originalmente fue construido en 1909; tiene un recibidor tan grande y tan alto, que aparentemente lo hicieron sin sentido de utilidad, sólo para hacerlo imponente. De cualquier manera es bello y, además, tan moderno que impresiona a cualquiera.
El tren en el que llegué pasó por la ciudad de Halle, donde sólo bajaron y subieron dos o tres personas, durante todo el recorrido el paisaje no cambió, se veían sólo planicies, ninguna loma lejos o cerca, sólo llano. Cuando entró a Leipzig se veían a lo lejos bellos y modernos edificios, altos e imponentes, seguramente están en el centro de la ciudad. Tan pronto entramos en la ciudad pasó lo mismo que en todos los trenes que me he subido en mi vida: siempre parecen llegar por un lugar donde la ciudad nos da la espalda. Nunca de frente ni por lugares bonitos. Siempre entre almacenes, depósitos y centros de reciclaje.
Cuando por fin mi tren sale de Leipzig, comienzo a ver que en cualquier dirección hay paisajes dignos de fotografiar, tanto así que creo comprender a los japoneses con sus cámaras, flasheando en todas direcciones.
El tren se mueve lentamente al acercarse a la frontera con la República Checa, el sur de Alemania es divino, ríos, montañas y cabañas pintorescas constituyen el paisaje, nunca había visto algo igual.
Todo aquí se ve casi perfecto. Poco después oficiales de la Bundesstadtpolizei alemana me piden que les muestre mi pasaporte, lo hago y de pronto me surge una duda: ¿Podré regresar? Sé que los ciudadanos mexicanos que entran a Alemania pueden permanecer hasta tres meses sin necesidad de una visa, pero no pueden entrar hasta después de seis meses.
Espero que no me vayan a querer detener a mi regreso, en ese caso ¡Estoy en problemas!
¡Claro! Antes de venir investigué que los mexicanos podemos viajar por toda la Unión Europea sin necesidad de una visa y que la República Checa es también parte de la Unión Europea, sin embargo, al recordar el detalle del periodo de seis meses para poder reingresar me surgió la duda.
Veré que puedo investigar al respecto.
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