Entre
árboles jovenes
Mi
próximo objetivo brilla en lo alto, sobre las copas de los árboles
al suroeste del Reichstag. Es la figura alada de la “Viktoria”
que está situada a 60 metros de altura y es a donde quiero subir. Me
voy caminando entre un denso follaje de árboles jovenes, en donde
todos los sonidos de la ciudad quedan lejos, convertidos en un
pequeño bullicio que es díficil reconocer. Los miles de árboles
que conforman el Tiergarten, nombre de este enorme parque ubicado en
pleno centro histórico, brindan una calma embriagante, que hace
díficil pensar que no hubiesen estado aquí desde siempre. Sin
embargo, es sabido que al final de la II guerra mundial el parque
tuvo que ser reforestado completamente pues no quedó ningún árbol
en pie después de los bombardeos aéreos, del fuego de artillería,
de los combates con tanques y ametralladoras que significó la
invasión aliada, rematando con la miseria que padeció la ciudad
después de la capitulación del Tercer Reich, que obligó a los
habitantes de la ciudad a sacrificar muchos árboles para hacerse de
calor en las chimeneas invernales de la post-guerra. Trato de
imaginar el lugar convertido en un arrasado campo de trincheras,
completamente lleno de los hoyos dejados por las bombas, como los que
he visto en películas de la Gran Guerra, más no puedo reemplazar
toda este verdor por desolasión, Oh, mein Gott! ¡Qué terrible es
la guerra!
A
paso lento pero constante veo aparecer poco a poco frente a mí la
Columna de la Victoria. Me emociono al pensar que en unos minutos
podré ver todo lo que hay en los alrededores desde encima de los
árboles. Conforme me acerco se ve cada vez más bonita; le empiezan
a brotar colores en los costados que son imagenes en las paredes.
Tiene
una bella silueta y en su original idioma se llama Siegessäule,
lo que en el nuestro es Columna de la Victoria; y aunque tiene un
gran parecido con la columna de la Independencia de la Ciudad de
México, si consideramos su tamaño y antigüedad se debe considerar
a la berlínesa como la hermana mayor de la mexicana. Aunque lo
cierto es que no tienen relación directa alguna.
En
la base de la torre hay figuras de bronce con imagenes de marchas
militares, guirnaldas y olivos, y altas banderas en memoria de las
victorias sobre franceses y daneses en el siglo XIX. Son los soldados
que fueron victoriosos en esas guerras, en las que se formó esta
nación, a sangre y fuego como en una de sus mejores epopeyas.
Pero
la gloria de la Siegesäule se encuentra al subir los escalones,
donde se pueden apreciar unos relieves con las imagenes de aquellas
hazañas en completo colorido. Es un trabajo impresionante, donde
puede uno pasar horas decubriendo los detalles que dejaron ahí
plasmados con destacable belleza y precisión. Es una trabajo
colosal, que solo viéndolo uno con sus propios ojos lo puede
dimensionar.
Pero
de aquellas batallas lejanas quedan sólo recuerdos de glorias
pasadas en relatos estampados como los que se encuentran aquí en las
paredes de esta torre, rodeada del incesante tráfico berlinés;
historias que hoy suenan a leyendas de tiempos perdidos, en los que
los hombres tenían que demostrar su valía a base de acero y
dinamita; cargando contra un enemigo distante que ya ni es enemigo ni
es distante, que se diluyó con la modernidad. Ahí se ve a un
emperador entregando su espada ante un general prusiano que para
llegar ante él tuvo que viajar cientos de kilómetros a lomo de
caballo, ataviado de botas y sables; cargando sables, casco y sabra
Dios que más en sus alforjas para lograr esa hazaña. El hombre
necesita conocer siempre sus límites; sí esos fueron los de ellos,
espero nos queda claro y no debamos repetirlos más. Que gusto saber
que el paso del tiempo no ha sido en vano, que ahora tenemos el lujo
de vivir en paz y libertad.

Mi
dejavú termina y dejo que el ruido del tráfico me regrese a mi
realidad.
Aún
reponiendome de las impresiones empiezo a subir a la cúspide hasta
que me paró a los pies del aquella bella y esbelta figura alada.
Estoy
arriba y mis ojos se llenan de Berlín, me como la
ciudad con mi mirada.
Estar
en Berlín me humedece los ojos, siento que ya estuve aquí, pero en
esta vida es imposible. Tal vez en otra, no lo sé. Dicen que todo
pasa por algo; sin embargo, esto que me pasa no sé porqué esta
pasando. Es como si mil almas se arremolinaran alrededor mío y me
exigieran que recordara algo,… pero no sé qué.
…o
tal vez, es la conciencia de los hombres que por aquí han pasado los
que me quieren decir algo.
Nunca lo sabré, la dimensión para saberlo está cerrada para mí.
Llegué
a Berlín al mediodía;
la
ciudad no se inmutó ante mi mirada,
Berlín
es fuerte, es fría, no me necesita para nada.
Berlín,
cuidad de concreto y de cristal,
de
espacios amplios hasta donde ya no se alcanza a mirar.
Parece
que no tuvieses alma, eres gélida joya tras el vitral.
Tal
vez te la han robado, quizas te la han matado.
Has
visto desfilar aventureros sin parar,
caras
que llegan y vidas que van.
Yo
sin conocerte no puedo opinar.
Tan
solo llegué hoy al mediodía
y
te encontré sumergida en tu frialdad.