domingo, marzo 10, 2013

La Ruta de los Sueños XLVII

Entre árboles jovenes
Mi próximo objetivo brilla en lo alto, sobre las copas de los árboles al suroeste del Reichstag. Es la figura alada de la “Viktoria” que está situada a 60 metros de altura y es a donde quiero subir. Me voy caminando entre un denso follaje de árboles jovenes, en donde todos los sonidos de la ciudad quedan lejos, convertidos en un pequeño bullicio que es díficil reconocer. Los miles de árboles que conforman el Tiergarten, nombre de este enorme parque ubicado en pleno centro histórico, brindan una calma embriagante, que hace díficil pensar que no hubiesen estado aquí desde siempre. Sin embargo, es sabido que al final de la II guerra mundial el parque tuvo que ser reforestado completamente pues no quedó ningún árbol en pie después de los bombardeos aéreos, del fuego de artillería, de los combates con tanques y ametralladoras que significó la invasión aliada, rematando con la miseria que padeció la ciudad después de la capitulación del Tercer Reich, que obligó a los habitantes de la ciudad a sacrificar muchos árboles para hacerse de calor en las chimeneas invernales de la post-guerra. Trato de imaginar el lugar convertido en un arrasado campo de trincheras, completamente lleno de los hoyos dejados por las bombas, como los que he visto en películas de la Gran Guerra, más no puedo reemplazar toda este verdor por desolasión, Oh, mein Gott! ¡Qué terrible es la guerra!
 

A paso lento pero constante veo aparecer poco a poco frente a mí la Columna de la Victoria. Me emociono al pensar que en unos minutos podré ver todo lo que hay en los alrededores desde encima de los árboles. Conforme me acerco se ve cada vez más bonita; le empiezan a brotar colores en los costados que son imagenes en las paredes. 


Tiene una bella silueta y en su original idioma se llama Siegessäule, lo que en el nuestro es Columna de la Victoria; y aunque tiene un gran parecido con la columna de la Independencia de la Ciudad de México, si consideramos su tamaño y antigüedad se debe considerar a la berlínesa como la hermana mayor de la mexicana. Aunque lo cierto es que no tienen relación directa alguna.


En la base de la torre hay figuras de bronce con imagenes de marchas militares, guirnaldas y olivos, y altas banderas en memoria de las victorias sobre franceses y daneses en el siglo XIX. Son los soldados que fueron victoriosos en esas guerras, en las que se formó esta nación, a sangre y fuego como en una de sus mejores epopeyas. 


Pero la gloria de la Siegesäule se encuentra al subir los escalones, donde se pueden apreciar unos relieves con las imagenes de aquellas hazañas en completo colorido. Es un trabajo impresionante, donde puede uno pasar horas decubriendo los detalles que dejaron ahí plasmados con destacable belleza y precisión. Es una trabajo colosal, que solo viéndolo uno con sus propios ojos lo puede dimensionar. 


Pero de aquellas batallas lejanas quedan sólo recuerdos de glorias pasadas en relatos estampados como los que se encuentran aquí en las paredes de esta torre, rodeada del incesante tráfico berlinés; historias que hoy suenan a leyendas de tiempos perdidos, en los que los hombres tenían que demostrar su valía a base de acero y dinamita; cargando contra un enemigo distante que ya ni es enemigo ni es distante, que se diluyó con la modernidad. Ahí se ve a un emperador entregando su espada ante un general prusiano que para llegar ante él tuvo que viajar cientos de kilómetros a lomo de caballo, ataviado de botas y sables; cargando sables, casco y sabra Dios que más en sus alforjas para lograr esa hazaña. El hombre necesita conocer siempre sus límites; sí esos fueron los de ellos, espero nos queda claro y no debamos repetirlos más. Que gusto saber que el paso del tiempo no ha sido en vano, que ahora tenemos el lujo de vivir en paz y libertad. 

Al ir buscando la entrada, me detengo un momento a contemplar los pilares que sostienen aquella mole de piedra y concreto. En la superficie del mármol hay cientos de despistilladuras y perforaciones hechos por los disparos durante la toma de Berlín en el 45. Me obligan a imaginarme como fueron los combates que cuadra por cuadra se fueron dando por estas calles al final de la guerra. Me imagino que estas pocisiones debieron haber sido defendidas por niños metidos en un uniforme, que aquí se agazapan frente a mí, buscando refugio ante la embestida de los salvajes sovieticos, que con cientos de miles de tropas arrememeten contra lo que queda de las defensas alemanas que defienden esta ciudad. Están dispuestos a morir por su causa, para ello han sido adoctrinados, pero deben aprovechar hasta la útima bala, que ya son pocas. Esperan la ocasión para causarle daño al invasor, para vender cara su vida. Las esquirlas rebotan en las paredes hiriendo a algunos de ellos. Allí perdió un ojo, otro, al querer ayudarlo fue alcanzado por una metralla y sacudido hasta embarrarlo en la pared que está atrás de mí. Nadie más se movió, estaban aterrados, empapados en su propio orín. Luego, se oyen botas corriendo por allá/por acá/por aquí...un hombre se para atrás de ellos. No alcanzan a levantar sus fusiles, solo miran que lleva gabardina y una ushanka en la cabeza. Èste, sosteniendo la respiración apreita y sostiene el gatillo de su Błyskawica de 9 mm. Los brazos se sacuden hasta que los tiros se acaban y los cuerpos se pierden entre el polvo. Las conciencias de aquellos cuerpos muertos nunca entienden que tenían que estar haciendo aquí.

Mi dejavú termina y dejo que el ruido del tráfico me regrese a mi realidad. 

Aún reponiendome de las impresiones empiezo a subir a la cúspide hasta que me paró a los pies del aquella bella y esbelta figura alada.

Estoy arriba y mis ojos se llenan de Berlín, me como la ciudad con mi mirada. 



Estar en Berlín me humedece los ojos, siento que ya estuve aquí, pero en esta vida es imposible. Tal vez en otra, no lo sé. Dicen que todo pasa por algo; sin embargo, esto que me pasa no sé porqué esta pasando. Es como si mil almas se arremolinaran alrededor mío y me exigieran que recordara algo,… pero no sé qué.

o tal vez, es la conciencia de los hombres que por aquí han pasado los que me quieren decir algo. Nunca lo sabré, la dimensión para saberlo está cerrada para mí.

Llegué a Berlín al mediodía;
la ciudad no se inmutó ante mi mirada,
Berlín es fuerte, es fría, no me necesita para nada.

Berlín, cuidad de concreto y de cristal,
de espacios amplios hasta donde ya no se alcanza a mirar.
Parece que no tuvieses alma, eres gélida joya tras el vitral.

Tal vez te la han robado, quizas te la han matado.
Has visto desfilar aventureros sin parar,
caras que llegan y vidas que van.
Yo sin conocerte no puedo opinar.

Tan solo llegué hoy al mediodía
y te encontré sumergida en tu frialdad.